La antigua Alianza fue estipulada por Dios con Abraham, pasando por los animales descuartizados y su sangre. Jesús en la institución de la Eucaristía menciona la nueva Alianza, que durará para siempre. Está estipulada como la antigua: por Dios como protagonista y nosotros como destinatarios de su pacto de amor, en su sangre que será derramada en la cruz y es presentada de antemano a sus apóstoles en el vino del cáliz, separado del pan de su cuerpo. El tierno cordero sacrificado por orden del Señor en la Pascua de liberación de Egipto y cuya sangre fue untada en jambas y dinteles de las puertas para salvar a los primogénitos de las familias judías era figura de Cristo, que está a punto de derramar su sangre en la cruz por la salvación de todos.

Juan destaca que Jesús sabe todo esto y todo lo demás de su Pascua, y por eso sus gestos están llenos de sabiduría divina. “Sabiendo Jesús que había llegado su hora”, amó hasta el extremo a sus discípulos. “Sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía”, lavó los pies a sus apóstoles. Un gesto que desciende de la sabiduría de Jesús y ligado al significado de aquella Pascua. Jesús dejó sus vestiduras. Son las mismas vestiduras tal vez tejidas por su madre y quizá impregnadas del perfume del nardo preciosísimo que María de Betania derramó sobre sus pies (Jn 12, 3) y sus cabellos (Mc 14, 3): trescientos gramos. Las mismas vestiduras que el día siguiente los soldados romanos tomaron después de crucificarlo. Y las dividieron en cuatro partes, una para cada soldado, y echaron suertes sobre la túnica tejida de una sola pieza. Para decir que “se llevaron” las vestiduras, Juan usa un verbo que también significa “acoger”. Como si Jesús se las hubiera entregado. De hecho, ya las había dejado para lavar a los pies de los suyos, ya las había donado. Quizá se las quitó también en el Calvario. Y los inconscientes soldados romanos tomándolas consigo se llevaron una reliquia de Cristo.

Lavó los pies a todos, incluso a Judas, incluso a Pedro, que no quería, para que formaran “parte” de él, con su herencia: la vida eterna con el Padre. Alcanza a todos los discípulos, a todos los soldados, a toda la gente. “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32). Mientras Jesús lo sabe todo, nosotros sabemos poco y mal. Dejemos entonces que Jesús nos lave los pies, recogemos su ropa y todo lo que abandonó para darse a sí mismo: trabajo, familia, patria, honor, discípulos, seguridad, vida. Acogemos todo esto que él tiene en sus manos, en el pan que es él mismo. Jesús hecho Eucaristía que se nos entrega a sí mismo: “comed”, nos dice porque quiere tener parte con nosotros.