Comentario a la Solemnidad de la Santísima Trinidad
En el día de la Trinidad leemos en el libro de los Proverbios el himno en que la Sabiduría divina dice que fue engendrada desde la eternidad, desde el principio de la tierra, cuando no había abismos, manantiales, colinas ni campos. Luego la vemos junto al creador, cuando fija los cielos, condensa las nubes y pone límites al mar. Como arquitecto, como la alegría de Dios cuya delicia es habitar con los hombres. Hay resonancias de este pasaje en los Evangelios y en Pablo cuando presentan a Jesús como Sabiduría divina: por eso, desde Justino, la tradición cristiana ve en este himno una prefiguración de Cristo.
Pablo en la carta a los Romanos (5, 1-5) describe en una síntesis admirable el progreso de la vida cristiana bajo la acción de la Trinidad. Por la fe hemos sido hechos justos y, por tanto, estamos en paz con el Padre por medio del Hijo. Por medio del Hijo también tenemos acceso a la gracia de Dios, que nos da una firme esperanza en el cumplimiento de su plan. Pablo añade una expresión fuerte: “nos gloriamos” de esta gracia. Pero, aunque nos gloriemos, no caemos en la ilusión de que todo va sobre ruedas. Tenemos tribulaciones, pero incluso en ellas nos gloriamos, por la experiencia de que la paciencia nace de la tribulación, y gracias a la paciencia las virtudes se hacen más firmes, y así, probadas, nos hacen recobrar la esperanza que ya recibimos como don, al principio, con la fe. Una esperanza más fuerte que supera la tentación de estar “decepcionada”, porque está puesta en Dios y no en cosas terrenales, y porque hemos recibido el amor de Dios, por lo que la esperanza ya se ha cumplido: el amor de Dios habita en nosotros gracias al Espíritu Santo que se nos ha dado.
Las palabras de Pablo nos invitan a examinar la historia de nuestra vida y a reconocer la acción de las personas divinas y a seguirla con docilidad, para facilitar la dinámica que Pablo describe.
Jesús, en el pasaje de Juan, nos revela la profunda unidad de las tres personas. Siempre nos ha dicho lo que ha oído del Padre, y lo mismo hace el Espíritu Santo: toma de Jesús, y lo que es del Hijo es también del Padre, y nos lo anuncia. La obra de la historia de la salvación sigue abierta y el Espíritu la llevará adelante. Él ayudará a la Iglesia a afrontar cada acontecimiento futuro a la luz de la Revelación y con la gracia de la Redención. Porque Jesús conoce nuestra condición, sabe que no podemos “cargar” con las cosas que le gustaría decirnos. Con el mismo verbo el evangelista describe a Jesús “cargando” la cruz (19, 17). La Trinidad nos va preparando progresivamente, como explica Pablo a los romanos, para poder “cargar” con nuestra cruz y seguir a Jesús. Personalmente y como Iglesia.