Un viejo fraile salió de viaje llevando consigo un asno, un gallo y una lámpara. Al llegar a una aldea bien entrada la noche, no halló posada y los vecinos le negaron albergue. Él se consoló diciendo:

—Todo lo que hace Dios es para nuestro bien.

Tomó entonces la determinación de pasar la noche al raso en el bosque. Encendió la lámpara a fin de alumbrarse, pero el viento la apagó en seguida.

—Todo lo que hace Dios es para nuestro bien —dijo resignadamente.

Durante la noche, las bestias salvajes devoraron al asno y al gallo.

El fraile repitió:

—Todo lo que hace Dios es para nuestro bien.

A la mañana siguiente, un leñador que pasaba por allí le dio al fraile la noticia de que un destacamento de soldados alemanes, formado por varias compañías completas, había atacado la aldea y cruzado el bosque esa noche. El fraile comprendió inmediatamente que, si la lámpara hubiera estado encendida o si el asno hubiera rebuznado o el gallo cantado en la madrugada, los soldados se habrían alarmado, se habrían dirigido hacia allí y le habrían matado con toda seguridad. Dios había cuidado de que las cosas salieran como salieron, para bien del buen fraile.

—Todo lo que hace Dios es para nuestro bien, dijo entonces éste una vez más.

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Como nos dice San Pablo en la Carta a los Romanos (8:28): “Para los que aman a Dios, todo lo que les ocurre es para su bien”. Puede que en un primer momento no sepamos reaccionar como Dios espera; pero, si de verdad nuestro corazón está ya transformado por el amor de Cristo, seremos capaces de comportarnos como el fraile de este cuento. El Señor nos ha dado solución para todos los posibles problemas de nuestra vida. Lo importante es saber aplicar el remedio oportuno en el momento adecuado.