Moisés dice al pueblo que es posible convertirse de todo corazón a Dios y cumplir sus preceptos. El Salmo 18 acompaña esta certeza proclamando que los preceptos de Dios son rectos y alegran el corazón.

El himno a los Colosenses nos dice que Jesús “es la imagen del Dios invisible”, que “todo fue creado por él y para él”, que “él es anterior a todo”“Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia”.

Por eso también lo que manda Jesús tiene el valor de los preceptos de Dios, que pueden ser observados. Así, el maestro de la ley que habla con Jesús puede poner en práctica lo que Jesús le dice: “Anda y haz tú lo mismo”. Puedes vivir tú también como el samaritano.

Gracias, joven maestro de la ley, por tu pregunta que fue la ocasión para regalarnos la parábola del buen samaritano. Pusiste a prueba a Jesús preguntándole qué hacer para heredar la vida eterna.

Jesús te involucró en la respuesta y contestaste bien, citando tanto el mandamiento de amar a Dios como el de amar al prójimo. Pero eso no te bastó y sacaste a relucir el capcioso debate rabínico sobre quién debe ser considerado prójimo para ser amado. Una pregunta a la que tus colegas daban respuestas muy restrictivas.

Jesús, para dejar una enseñanza imperecedera y lograr erradicar conceptos erróneos, te respondió contándote una historia. Al final de la cual cambió totalmente tu pregunta. No añadió nuevas categorías a su lista de quién es tu prójimo en el sentido pasivo: a quién entonces estarías obligado por la ley a amar. Lo cambia todo en la pregunta que te hace: ¿quién ha sido próximo, en sentido activo, del hombre herido por los ladrones? Has seguido el relato de Jesús, has cambiado tu perspectiva con su pregunta. “El que practicó la misericordia con él”. Has contestado bien, aunque no te hayas atrevido a llamarlo con su nombre: ha sido el samaritano, el hereje, el infiel, el que no vive la Ley.

Miró al hombre herido; tuvo compasión; se acercó. No lo detuvo el peligro de la sangre que lo haría impuro según la ley. Le dio ayuda: aceite y vino, medicinas y sacramentos. No temía que su caballo se manchara de sangre, volviéndose impuro. Cambió sus planes de viaje. Pidió ayuda al posadero: no podía solo. No se fue enseguida a sus negocios y a su familia: se detuvo a prestarle los primeros auxilios, a tranquilizarle con sus palabras, a cambiarle las vendas con ternura. Solo después pidió al posadero que se ocupara: le pagó y le pagará.

El posadero también fue próximo del herido. Ahora, maestro de la ley, destruye la lista de quién es tu prójimo, tu horizonte se ha vuelto universal: con todos podrás actuar como el samaritano y el posadero, especialmente con los más necesitados. Ánimo: ¡haz tú lo mismo!