Después de la parábola del hombre rico que acumuló tesoros para sí mismo, Jesús continúa enseñando sobre el mismo tema. Habla de confiar en la providencia de Dios, invitándonos a observar los lirios del campo y los pájaros del cielo, y a confiar en el Padre que sabe lo que necesitamos. Y concluye con la frase consoladora con la que comienza el Evangelio de hoy: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino”. El “no temas” de Jesús en Lucas lo habíamos oído dicho a individuos: a Pedro, al llamarle tras la pesca milagrosa; a Jairo, cuando le dijeron que su hija había muerto, como lo dijo el ángel a Zacarías y María.

Este es un “no temas” dirigido a una comunidad, aunque sea en singular, al pequeño rebaño, un nombre muy dulce que Jesús da al grupo de los suyos y que es aplicable a toda la Iglesia. Es un “no temas” dirigido a todos nosotros personalmente (en singular), pero como participantes del rebaño, de la Iglesia. La razón para no temer es aún más dulce: porque Jesús nos dice que el “Padre” es nuestro. En Lucas, Jesús prefiere no utilizar la palabra Dios cuando se dirige a los suyos, sino “vuestro Padre”. Nos revela su condición de Padre y nos incita a tener una relación filial con él. No es un Dios distante, solitario y abstracto. Tiene sentimientos paternales de alegría al dar el gran regalo a sus hijos: le ha dado placer darnos el Reino.

El tema de la espera es introducido por el libro de la Sabiduría que habla de Israel: “Tu pueblo esperaba la salvación de los justos”, y por la carta a los Hebreos, que habla de Abraham: “Mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios”. Jesús lo trata con tres breves parábolas centradas en la dinámica de la espera de los siervos a su amo. Dos veces reitera la gran beatitud de esos siervos si el amo los encuentra despiertos y vigilantes cuando regrese. Y la razón es que él mismo se pondrá al servicio de ellos.

Pedro pregunta si la parábola es sólo para ellos como apóstoles o para todos. Tal vez pensó que la metáfora del siervo era adecuada sólo para los doce o que sólo para ellos estaba reservada la bienaventuranza. Jesús le hace comprender que todos somos siervos y que todos seremos bienaventurados. Pero para el mayordomo fiel, que es el jefe de todos los siervos, como Pedro lo es para la Iglesia, la recompensa está ligada a que dé el alimento adecuado a los demás siervos. Entonces será bienaventurado, porque lo pondrá a cargo de todas sus posesiones. Jesús, que vino a servir y está entre nosotros como el que sirve, nos promete que mantendrá esta actitud por toda la eternidad. Y esto es y será para nosotros fuente de gran alegría.