Cuentos con moraleja: “¡Gracias por ser parte de mi hoguera!”
Un hombre que regularmente asistía a las reuniones religiosas con sus amigos sin ningún aviso dejó de participar en sus actividades. Después de algunas semanas una noche muy fría de invierno el líder de aquel grupo de amigos decidió ir a visitarlo.
Encontró al hombre en su casa solo, sentado frente a una chimenea donde ardía un fuego brillante y acogedor.
Adivinando la razón de la visita, el hombre dio la bienvenida al líder y, después, se hizo un gran silencio. Los dos hombres sólo contemplaban la danza de las llamas en torno a los troncos de leña que crepitaban en la chimenea.
Al cabo de algunos minutos el líder, sin decir palabra, examinó las brasas que se formaban en la lumbre y seleccionó una de ellas, la más incandescente de todas, y la separó de las demás con unas tenazas. Hecho esto, volvió a sentarse.
El anfitrión prestaba atención a todo fascinado pero inquieto. Al poco rato, la llama de la brasa solitaria disminuyó hasta que se apagó por completo. En poco tiempo, lo que había sido una muestra de luz y de calor no era más que un negro, frío y muerto pedazo de carbón.
Muy pocas palabras habían sido dichas desde el saludo inicial.
El líder, antes de prepararse para irse, con las tenazas devolvió el carbón frío e inútil colocándolo de nuevo en medio del fuego. De inmediato, la brasa se volvió a encender, alimentada por la luz y el calor de los carbones ardientes en torno suyo.
Cuando el dirigente llegó hasta la puerta para marcharse, el anfitrión de la casa le dijo: “Gracias por tu visita y por tu bellísima lección. Regresaré al grupo”.
¿Por qué se extinguen los grupos? Muy simple: porque cada miembro que se retira le quita fuego y calor al resto. A los miembros de un grupo cabe recordarles que ellos forman parte de la llama.
Es bueno recordar que todos somos responsables de mantener encendida la llama de cada uno y que, además, debemos promover la unión entre todos para que el fuego sea realmente fuerte, eficaz y duradero.
No importa si a veces nos molestan tantos mensajes que nos llegan al teléfono: lo que importa es estar conectados; en silencio algunos, otros muy activos. Los amigos que aquí estamos reunidos lo hacemos para conocer, aprender, intercambiar ideas o simplemente para saber que no estamos solos, que hay un grupo de amigos y familiares con los que podemos contar.
Mantengamos la llama viva. Aunque algunos se salgan esporádicamente, es bueno saber que todos permanecemos unidos.
¡Gracias por ser parte de mi hoguera!
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“¡Ay del varón que está solo! Caerá y no tendrá a nadie que le ayude a levantarse” (Ecle 4:10). En cambio, el “hermano, ayudado por el hermano, se convierte en una fortaleza inexpugnable” (Prov 18:19).
En teología hay un dogma llamado “Comunión de los santos” que es, en último término, el fundamento de todas estas enseñanzas. La comunión de los santos es la comunicación de los bienes cristianos que existe entre todos los miembros del Cuerpo Místico de la Iglesia. Por la Comunión de los santos, se establece una “comunidad” de gracia que nos ayuda a todos en los momentos difíciles y al mismo tiempo nos transforma a nosotros en miembros activos para ayudar a los demás.
Propiamente hablando, la Iglesia considera que aquellos que pertenecen a la Iglesia triunfante pueden interceder por nosotros ante Dios para que nos brinde su auxilio oportuno y nos ayude en nuestro camino hacia Él. Los ángeles que también están en comunión con Dios y ven constantemente su rostro también pueden interceder por nosotros.