Cuentos con moraleja: “También nosotros podemos hacer que sea Navidad para alguien”
Un niño de diez años, descalzo y temblando de frío, se asomaba a través del escaparate de una zapatería. Una señora se acercó al niño y le dijo:
- Hola, pequeño, ¿qué estás mirando con tanto interés?
- Le estaba pidiendo a Dios que me diera un par de zapatos – fue la respuesta del niño.
La señora lo tomó de la mano y entró con él a la tienda, le pidió al empleado que le diera media docena de pares de calcetines para el niño. Preguntó si podría darle un recipiente con agua y una toalla. El empleado rápidamente se lo trajo. Ella se llevó al niño a la parte trasera de la tienda, se quitó los guantes, le lavó los pies y se los secó con la toalla.
Para entonces el empleado llegó con los calcetines. La señora le puso un par de los calcetines al niño y le compró un par de zapatos.
Cogió el resto de los calcetines y se los dio al niño. Le pasó delicadamente la mano por la cabeza con mucho cariño y le dijo:
—No hay duda, pequeño, de que ahora te sientes más cómodo.
Mientras ella daba la vuelta para irse, el niño le tomó de la mano y, mirándola con lágrimas en los ojos, le preguntó:
—¿Es usted la esposa de Dios?
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¡Qué diferente podría ser nuestro mundo si cada uno de nosotros se tomara algo más de interés por ayudar a aquél que sufre y que está cerca!
La Navidad es un momento en el que también nosotros podríamos cambiar la historia, como este niño del cuento que les voy a relatar ahora.
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Era Navidad y en el pueblo iban a hacer la representación del nacimiento de Jesús. Todos estaban muy entusiasmados. Querían que la obra fuera un éxito.
Los niños de la escuela la iban a representar, pero entre ellos había un niño con problemas de aprendizaje: era más lento en aprender que los demás. El niño tenía mucha ilusión de estar en la obra, la maestra tenía miedo de que lo echara todo a perder. Por lástima le dio un papel pequeño: el del posadero que rechazaba a la Virgen y a José porque la posada estaba llena. Sólo tenía que decir:
—Lo siento. No pueden entrar porque la posada está llena.
El día de la obra, el teatro estaba a reventar, hasta había gente de pie. Y, cuando llegaron a la parte en la que llegan José y María a la posada, momento en el que este niño con problemas tenía que hablar, pasó algo inesperado.
José tocó a la puerta y salió el posadero, y, cuando ya los iba a rechazar, al ver a la joven pareja y, sobre todo, a la mujer, embarazada de quien iba a ser nuestra salvación, se le llenaron los ojos de lágrimas y les dijo:
—¡Pasen! ¡Pasen! La Señora puede dormir en mi cama, que yo dormiré en el suelo.
Hubo un silencio intenso en la sala y a mucha gente se le salieron las lágrimas. No pudieron continuar con la función, pero la obra fue un éxito, a pesar de que no fue una fiel representación de lo que realmente pasó en aquella primera noche de Navidad. Todos sentimos que algo había cambiado en nuestras vidas, pues ese niño con tan buen corazón nos había dado una lección de amor.