Comentario al XXV Domingo del Tiempo Ordinario
Jesús cuenta la parábola del mayordomo acusado ante su amo (en el griego de Lucas se le llama «kurios», señor, el mismo nombre que se da a Dios) de despilfarrar sus bienes. Al final, sin embargo, el mismo señor alaba a su administrador por haber distribuido sus bienes entre los deudores, despilfarrándolos igualmente. El punto de la conversión del mayordomo es la llamada del amo a rendir cuentas de su mayordomía, pues le será quitada. Nos viene a la mente la parábola del rico insensato que atesoró su cosecha en los graneros, pero que perdería su vida esa misma noche. Hay en la actuación del administrador una notable premura: “Siéntate, escribe, cambia la cuantía de tu deuda”. Es alabado por su señor, que no está interesado en la acumulación de bienes, sino en que se utilicen para hacer el bien, para aliviar el dolor y el sufrimiento. Antes, ese administrador descuidaba aquellos bienes, o los utilizaba para sí mismo, para divertirse, para especular, para el egoísmo. Después de que le anunciaran su destitución, aunque impulsado por el deseo de hacer amigos que luego lo acojan adivinó el corazón de su señor: quería que sus bienes estuvieran destinados a hacer el bien a todos.
Eso es lo que Dios quiere para los bienes materiales y espirituales creados por él y dejados a los hombres como administradores. Es lo que quiere para los bienes dejados en herencia a su Iglesia: el tesoro de su Palabra, la fuerza de los sacramentos, la gracia de la salvación, la verdad que nos hace libres, el mandamiento nuevo del amor. Que estos bienes no sean confiscados y puestos en las arcas: sirven para la salvación de todos, pues Dios quiere que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”, explica Pablo a Timoteo, y por eso quiere que recemos por todos, incluso por el emperador que da muerte a los cristianos o por los que se enriquecen de manera deshonesta.
“Haceos amigos de las riquezas deshonestas, para que cuando estas falten os reciban en las moradas eternas”. Deshonestas porque se han acumulado mediante el fraude, como el de los destinatarios de la invectiva del profeta Amós, que pisotean a los pobres y no soportan el reposo de la luna nueva y del sábado porque pone freno a su codicia de ganar dinero deshonestamente, con medidas falsas, vendiendo las sobras, comprando un esclavo por un par de sandalias. O deshonestas porque engañan a los hombres, porque prometen una felicidad que nunca dará. Pero si se utilizan para ayudar, para socorrer, esas riquezas crean amistad y gratitud en todos los pobres y desheredados de todo tipo, que en la vida estarán cerca de nosotros y en el momento de nuestra muerte darán testimonio de que les hemos dado dinero, atención, tiempo, ciencia, vida, amor.