Hoja Dominical Semanal nº 3 / 22 de noviembre de 2020
Parroquia de San Antonio
Había una vez un pincel que era la admiración de todos los demás lápices, pinceles y carboncillos, puesto que con él habían sido pintados los cuadros más hermosos que habían salido de ese taller. Cuando el pintor tenía que realizar una obra de calidad o un trabajo muy importante, siempre acudía a él, puesto que sus suaves cerdas eran las que más finos y delicados trazos dibujaban sobre el lienzo y le daban un toque especial a cada detalle de la obra. Esto llenaba de orgullo a nuestro amiguito, que solía pasearse orondo por el taller, mirando por encima del hombro a los demás útiles de dibujo, puesto que sabía que él era el mejor. Todas las fibras y acuarelas del taller suspiraban por el galán.
Cierto día, un viejo plumín de tinta china, envidioso porque nuestro amiguito era el centro de la atención femenina del taller, sembró en él una inquietante cizaña. Le dijo:
Esto inquietó al pincelito. ¿Sería verdad lo que el plumín había dicho? ¡No! El pintor era bueno… Pero… si era así, ¿qué derecho tenía el pintor de hacer con él lo que quisiera? ¡El pincelito era el que se ensuciaba y el que se desgastaba al raspar contra el lienzo! ¿Por qué habría de llevarse los laureles el pintor? La sombra de esta incomodidad quedó flotando en el ánimo del pincel.
Al día siguiente, cuando el pintor lo tomó en sus manos, decidió que sería él quien marcaría los trazos. Así, cuando el pintor quería realizar una línea, el pincel hacía fuerza para pintarla en otra dirección. Cuando el pintor quería empapar el pincel en un color, él apuntaba hacia otro tarrito de pintura. El pintor no entendía qué estaba sucediendo, puesto que en el lienzo tan solo aparecieron manchones deformes. Luego de varios intentos fallidos, simplemente dejó el pincel de lado y tomó otro para reanudar su obra.
Esto puso aún más furioso a nuestro amiguito.
¡Ahora mismo se pondría él solo a pintar sin necesidad de que ese estúpido pintor lo manosease con sus manos sucias de pintura! Y así lo hizo. Se ubicó frente a un lienzo con varios tubos de pintura junto a él y comenzó a pintar. Todos observaban absortos al pincel. El pintor, que había dejado su trabajo, al ver la satisfacción del plumín, comenzó a sospechar qué estaba ocurriendo. De más está decir que tan solo una masa informe de colores superpuestos apareció sobre el lienzo. Y todos se rieron de él.
Nuestro amiguito, avergonzado, deprimido y frustrado, se retiró a llorar lágrimas de pintura en su vaso. Había hecho el ridículo. Todos se habían reído de él. Todos… menos el pintor, que lo tomó dulcemente en sus manos y le dijo:
Y el pincelito comprendió que en su naturaleza estaba el dejarse conducir por las manos del pintor, que sólo así podría ser lo que él era: un pincel.
*** *** ***
Con qué frecuencia el hombre comete un error parecido. Después de los pequeños o grandes éxitos que podamos tener en la vida, al final, movidos por nuestro orgullo, nos creemos que todo lo bueno que hemos hecho es fruto sólo de nuestro propio esfuerzo. ¡Cuánto nos podría enseñar Santa Teresa cuando dijo: “Todo lo bueno que hay en mí es obra de Dios”! Las fuerzas del hombre aumentan exponencialmente cuando, siendo humilde, se deja “mover” por Dios. De hecho, Él mismo así nos lo dijo: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15:5).