Adoración Eucarística noviembre 2022
Como todos los primeros jueves de mes, el día 3 de noviembre tendremos oración ante Jesús Sacramentado de 20’30 a 22.
¡Te invitamos a que dediques un rato de tu tiempo a la adoración al Santísimo Sacramento!
Oración de San Ambrosio de Milán
Señor mío Jesucristo, me acerco a tu altar lleno de temor por mis pecados, pero también lleno de confianza, porque estoy seguro de tu misericordia. Tengo conciencia de que mis pecados son muchos y de que no he sabido dominar mi corazón y mi lengua. Por eso, Señor de bondad y de poder, con miserias y temores me acerco a ti, fuente de misericordia y de perdón; vengo a refugiarme en ti, que has dado la vida por salvarme, antes de que llegues como juez a pedirme cuentas. Señor, no me da vergüenza descubrirte mis llagas. Me dan miedo mis pecados, cuyo número y magnitud sólo tú conoces, pero confío en tu infinita misericordia. Señor mío Jesucristo, rey eterno, Dios y hombre verdadero, mírame con amor, pues quisiste hacerte hombre para morir por nosotros. Escúchame, pues espero en ti. Ten compasión de mis pecados y miserias, tú que eres fuente inagotable de amor. Te adoro, Señor, porque diste tu vida en la cruz y te ofreciste en ella como redentor por todos los hombres y por mí. Adoro, Señor, la sangre preciosa que brotó de tus heridas y ha purificado al mundo de sus pecados. Mira, Señor, a este pobre pecador, creado y redimido por ti. Me arrepiento de mis pecados y propongo corregir sus consecuencias. Purifícame de todas mis maldades para que pueda celebrar dignamente este santo Sacrificio. Que tu Cuerpo y Sangre me ayuden, Señor, a obtener de ti el perdón de mis pecados y la satisfacción de mis culpas, me libren de mis malos pensamientos, renueven en mí los sentimientos santos, me impulsen a cumplir tu voluntad y me protejan en todo peligro de alma y cuerpo. Amén.
Oración a Jesús Crucificado
Miradme, oh mi amado y buen Jesús, postrado en vuestra santísima presencia. Os ruego, con el mayor fervor, que imprimáis en mi corazón vivos sentimientos de fe, esperanza y caridad, dolor de mis pecados y verdadero propósito de jamás ofenderos; mientras que yo, con todo mi amor y compasión, voy considerando vuestras cinco llagas, teniendo presente aquello que dijo de vos, Dios mío, el santo profeta David: «Han taladrado mis manos y mis pies y se pueden contar todos mis huesos» (Sal 21,17).
Oración de Santo Tomás de Aquino
“Te doy gracias, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, porque, aunque soy un siervo pecador y sin mérito alguno, has querido alimentarme misericordiosamente con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Que esta sagrada comunión no vaya a ser para mí ocasión de castigo, sino causa de perdón y salvación. Que sea para mí armadura de fe, escudo de buena voluntad; que me libre de todos mis vicios y me ayude a superar mis pasiones desordenadas; que aumente mi caridad y mi paciencia, mi obediencia, mi humildad y mi capacidad para hacer el bien. Que sea defensa inexpugnable contra todos mis enemigos, visibles e invisibles, y guía de todos mis impulsos y deseos. Que me una más íntimamente a ti, el único y verdadero Dios, y me conduzca con seguridad al banquete del cielo, donde tú, con tu Hijo y el Espíritu Santo, eres luz verdadera, satisfacción cumplida, gozo perdurable y felicidad perfecta. Por Cristo, nuestro Señor. Amén”
Oración de Santa Catalina de Siena
¡Oh, Deidad Eterna, oh, alta y eterna Deidad! ¡Oh, sumo y eterno Padre, oh, Fuego que siempre ardes! Tú, Padre Eterno, alta y eterna Trinidad, eres fuego inestimable de caridad. iOh, Deidad, Deidad! ¿Qué revelan tu bondad y tu grandeza? El don que has dado al hombre. Y, ¿qué don le has dado? Todo tú, Dios, Trinidad Eterna…. Tú, suma y eterna Pureza, te has unido con el barro de nuestra humanidad obligado por el fuego de tu caridad. Y con este fuego, tú mismo te has dado para nosotros en manjar. Y, ¿qué manjar es éste? Manjar de los ángeles, suma y eterna Pureza, y por esto exiges y quieres tanta pureza en el alma que te recibe en este dulcísimo sacramento que, si fuese posible que la naturaleza angélica se purificase (no tiene ciertamente esta necesidad), debería purificarse para acercarse a tan gran misterio. ¿Y cómo se purifica el alma? En el fuego de tu caridad y lavando su cara en la sangre de tu Hijo unigénito. ¡Oh, miserable alma mía! ¿Cómo te acercas a tan gran misterio sin esta purificación? Avergüénzate, digna de habitar con las bestias y con los demonios, porque tus obras han sido siempre obras de bestias y has seguido la voluntad del demonio… ¿Qué haré, pues?… Me despojaré de mi fétido vestido y con la luz de la santísima fe me miraré en ti y me vestiré de tu eterna voluntad. Con esta luz conoceré que tú, Trinidad Eterna, nos eres mesa, comida y servidor. Tú, Padre Eterno, eres la mesa, que nos da la comida del Cordero de tu unigénito Hijo. Él es para nosotros manjar suavísimo, tanto por su doctrina, que nos nutre de su voluntad, como por el Sacramento que recibimos en la sagrada comunión, el cual nos alimenta y conforta mientras somos peregrinos y caminantes en esta vida. Y el Espíritu Santo es, con toda razón, el servidor, porque nos administra esta doctrina, iluminando con ella los ojos de nuestra inteligencia e inspirándonos que la sigamos. Nos muestra también la caridad del prójimo y el hambre del manjar de las almas y de la salud del mundo entero para honra de ti, Padre. De aquí vemos que las almas iluminadas en ti, Luz verdadera, no dejan pasar un momento sin que coman este suave manjar para honra tuya. ¡Oh, Trinidad Eterna, mi dulce Amor! Tú, que eres Luz, danos luz. Tú, suma Fortaleza, fortalécenos. Que se disipe hoy, Dios Eterno, la nube que nos oscurece, para que perfectamente conozcamos y sigamos tu verdad con un corazón limpio y sencillo. Dios, ven en nuestra ayuda. Señor, apresúrate a socorrernos. Amén.
Preparación a la Misa y la Comunión
“Dios eterno y todopoderoso, me acerco al sacramento de tu Hijo unigénito, nuestro Señor Jesucristo, como se acerca al médico el enfermo, el pecador a la fuente de misericordia, el ciego al resplandor de la luz eterna y el pobre e indigente al Dios del cielo y de la tierra. Muéstrame, Señor, tu bondad infinita y cura mis debilidades, borra las manchas de mis pecados, ilumina mi ceguera, enriquece mi indigencia y viste mi desnudez, a fin de que pueda yo recibir, en el Pan de los ángeles, al Rey de los reyes y Señor de los señores, con toda la humildad y la reverencia, el arrepentimiento y el amor, la pureza, la fe y el deseo que son necesarios para la salvación de mi alma. Haz, Señor, que no sólo reciba yo el sacramento del Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, sino también la fuerza que otorga el Sacramento y que con tal amor reciba yo el Cuerpo que tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, recibió de la Virgen María, que quede yo incorporado a su Cuerpo místico y pueda ser contado como uno de sus miembros. Concédeme, Padre lleno de amor, llegar a contemplar al término de esta vida, cara a cara y para siempre, a tu amado Hijo, Jesucristo, a quien voy a recibir hoy, oculto en este sacramento. Por el mismo Cristo nuestro Señor, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén”.