Una de las cantigas de Alfonso X el Sabio dice así:

Había en Toulouse un conde muy apreciado que tenía por criado a un hombre que hacía una vida como la de un religioso. Entre otros muchos bienes que este criado hacía, amaba más que nada a Santa María, de forma que no quería oír otra Misa sino la suya. Otros criados que con él andaban le tenían envidia y procuraban enemistarlo con el conde. Y tanto hablaron con el conde y de tales cosas le acusaron al hombre, que el conde mandó darle una muerte dolorosa.

Y para que no se supiese qué clase de muerte le iba a dar, el conde mandó llamar presto a un calero (encargado de hacer hornos de cal) y le mandó encender un gran horno, de leña muy gruesa que no hiciese mucho humo. Y le mandó que, al primer hombre de los suyos que llegara, lo cogiese enseguida y sin demora lo echase al horno, para que ardiese allí su carne.

Al otro día, el conde mandó a su criado calumniado que fuese donde el calero a preguntarle si había hecho lo que le había mandado. Y el criado salió hacia la casa del calero y cuando ya estaba terminando su viaje halló una ermita que estaba solitaria, donde celebraban la Misa de Santa María, la Virgen preciosa. Y tan pronto como entró en la iglesia, se dijo:

—Esta Misa la oiré toda, para que Dios me guarde de peleas y de intrigas vanas y revoltosas.

Mientras él oía la misa, bien cantada, supuso el conde que el criado había hecho ya lo que le había ordenado y sin tardanza envió a otro hombre, natural de Toulouse, aquel que había armado la intriga, de punta a cabo. Y le dijo el conde:

—Vete corriendo y comprueba si hizo el calero la hermosa justicia.

Corriendo se fue aquel falso y astuto y no tomó el camino, sino que por un atajo llegó antes al horno. Y sin más, el calero lo echó en las llamas fuertes y peligrosas.

Mientras tanto, el fiel criado, después de haber oído Misa entera, se acercó al calero y le dijo:

—¿Has cumplido la voluntad del conde?

Respondió él.

—Sí. Totalmente.

Entonces se despidió del calero aquel hombre bueno, por una gran ladera se volvió a donde estaba el conde y en su guardarropa le contó la historia maravillosa.

Cuando el conde vio ante él a aquel hombre que llegaba vivo y cuando supo cómo el calero había quemado al otro que a éste había calumniado, lo tuvo por un gran milagro y dijo llorando:

—Virgen María, bendita seas, que nunca te fías de intrigas y envidias. Por eso, ahora haré que sea contado este hecho por todas partes y cómo tú eres Madre poderosa y protectora de los inocentes.

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De cuántos peligros nos habrá salvado nuestra devoción a la Virgen María. Cada Ave María que hacemos es un ruego que llega a lo alto, es escuchado por Ella y conmueve su corazón. No hay nada más maravilloso que acudir con confianza a María y pedir su protección cada día. La devoción a María es uno de los tesoros más maravillosos que hemos recibido de Dios. ¡Acudamos con fe y confianza a Ella!

¡Oh, María, sin pecado concebida!, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.