El arzobispo de Santiago de Compostela, Julián Barrio, recordó ayer el memorable discurso que pronunció san Juan Pablo II en la capital gallega el 9 de noviembre de 1982, la última parada del Santo Padre polaco en su primera visita a España, en la que reivindicaba la unidad de Europa y recuperar sus raíces cristianas.

Cuatro décadas después, el titular de la Archidiócesis de Santiago cree necesaria más que nunca esa unidad del Viejo Continente, y que debe sustentarse «sobre un sistema de convivencia personal y colectiva donde la existencia se comprenda como don y tarea para el hombre, donde el prójimo sea aquel de quien cada uno se hace responsable y donde la vida de cada uno se ponga al servicio de los demás, forjando la cultura del bien común para no recorrer caminos de su atormentada historia», ha sostenido.

Para don Julián, esta unidad europea será duradera y beneficiosa para sus ciudadanos si los valores humanos y cristianos «se integran en el alma de Europa, como son la dignidad de la persona humana, el profundo sentimiento de justicia y libertad, la laboriosidad, el espíritu de iniciativa, el amor a la familia, la aceptación del otro como alguien diferente y el compromiso por la paz, buscando siempre un diálogo entre fe y razón que supere la dinámica del fundamentalismo y proselitismo», subrayó.

«Europa debe ser un Continente acogedor»

En un contexto de desigualdades y fracturas, para el arzobispo Barrio es necesario ofrecer el mensaje «liberador» del Evangelio, sobre el que se asienta el pensamiento europeo: «Un europeo puede no creer en la verdad de la fe cristiana, pero todo lo que dice, cree y hace surge de la herencia cultural cristiana y solamente adquiere significación en relación con esta herencia», manifestó.

A este respecto, insistió el arzobispo de Santiago que, si el cristianismo desapareciese, «toda nuestra cultura desaparecía con él». Por ello, considera que el futuro de Europa pasa por poner al hombre en el centro:

«Es una realidad sagrada e inviolable y no se puede herir ni matar, despreciar, dejar morir; de que el prójimo es aquel de quien cada uno es responsable, no pudiendo construir lo propio sin velar por la persona que tenemos a nuestro lado».

También asegura que Europa está llamada a reencontrar su verdadera identidad: «Unidad en la diversidad, comunidad de naciones reconciliada y abierta a los otros continentes. Decir «Europa» quiere decir «apertura». Por eso debe ser un Continente acogedor, que siga realizando en la actual globalización no sólo formas de cooperación económica, sino también social y cultural. En este sentido es necesaria una renovación ética y espiritual que se inspire en sus raíces cristianas».

El rol del Camino de Santiago en la construcción europea

De esta manera, hizo suyas las palabras de san Juan Pablo II, cuando manifestaba que la solidez europea no debe quedar reducida a una dimensión geográfica y económica sino que debe ser ante todo «una concordia sobre los valores que se exprese en el derecho y en la vida».

En este contexto, don Julián Barrio reivindicó el papel del Camino de Santiago en la construcción de la civilización europea al «alimentar la esperanza de construir un futuro acorde con la generosidad y grandiosidad de ideales inherentes en las auténticas raíces europeas».

Por último, quiso hacer hincapié en la disposición de la Iglesia compostelana, como dijo san Juan Pablo II, en «querer seguir siendo compañera de viaje para la humanidad; también para nuestra propia humanidad, a veces dolorida y abandonada a causa de tantas infidelidades, y siempre menesterosa de ser guiada hacia la salvación en medio de la densa niebla que se cierne ante ella, cuando se vuelve lánguida la conciencia de la común vocación cristiana, incluso entre los mismos fieles».