Hace unos días cayó en mis manos este maravilloso cuento que, sin conocer su autor, ahora les transmito.

En un trigal, cuyas mieses el sol iba dorando a sus fueros, una espiga arrogante crecía muy cargada de hechizos y ensueños. Era esbelta, gallarda y tan buena que todo su empeño lo cifraba en crecer y adentrarse en la gloria del Cielo.

El Señor, que sus sueños sabía, la miraba benigno y risueño, y firmes promesas le hacía de atraerla algún día a su Seno. Y la espiga soñaba, crecía y esperando alcanzar sus anhelos se pasaba las horas jugando en el dulce columpio del viento.

Una tarde muy larga de estío se presentó en el campo un labriego, que con hoz despiadada y cortante fue segando el precioso terreno. Y alarmada decía:

  • ¡A mí no! ¡A mí no!
  • ¡A mí no!Porque estoy designada para alzarme con mi tallo hasta el Cielo.

Pero el hombre, tal vez distraído, la derribó de un golpe certero destruyendo con él su ventura y el hermoso ideal de sus sueños.

  • ¡Oh, Señor!– exclamó entonces la espiga –, ¡mira, mira, mi Dios, lo que han hecho! Ya no puedo llegar a tus brazos, ¡sálvame! ¡sálvame, que me muero!

Y el Señor cual si nada escuchase le respondió con sólo el silencio. Y el labriego tomando la espiga bajo el trillo la puso al momento. El cabello se arrancó con brío, los granos de trigo crujieron y cual perlas de sartas deshechas por las eras rodaron dispersos.

¡Oh, granitos que Cielo anhelabais!, – un sin fin de amapolas dijeron – ¿de qué os sirve haber sido tan puros si a salvaros no bajó el Eterno?

Y en su angustia la triste clamaba:

  • Padre nuestro que estás en el Cielo.

En la cárcel oscura de un saco, al molino llevaron al nuevo y los granos dorados y hermosos en finísimo polvo se volvieron. Y la harina llorando seguía y al Señor suplicaba con ruegos y allá arriba seguían callando y acá abajo seguían moliendo.

¿Y por qué el Buen Jesús callaría? ¿Y por qué le negaba consuelo? ¿Y por qué siendo pura e inocente la dejaba en tan duro tormento?

Pero ved qué pasó con la harina: una Hostia bellísima hicieron. Y era tenue cual brisa de mayo y era blanca cual luna de enero. Su belleza brilló sobre el ara y las nubes al verla se abrieron. Dios mismo y su gloria bajaron y en la Hostia felizmente se fundieron. Y así en tierno coloquio de amores a la espiga le dijo el Cordero:

  • Yo anhelaba tenerte en mi gloria y mis brazos brindarte por lecho, pero escucha, mi bien amada: a mis brazos sólo puede llegarse sufriendo.

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Los caminos de Dios podrán ser extraños y difíciles en ocasiones, pero nunca son malos. Cuando una persona le abre su corazón a Él y se deja guiar, puede estar seguro de que allá por donde lo lleve siempre lo conducirá a un final seguro y feliz. Ya lo dijo San Pablo: “Para los que aman a Dios, todo lo que les ocurre es para su bien” (Rom 8:28).