Pensamos en el Adviento como un tiempo de alegría, a la espera de la Navidad y la llegada de nuestro Salvador. Pero si no ponemos atención, podríamos limitar nuestra visión. El 25 de diciembre de este año 2022, con 2023 a la vuelta de la esquina.

Pero la Iglesia quiere sacudirnos tanto de nuestra complacencia como de nuestra visión circunscrita al tiempo. Las lecturas de hoy, primer domingo de Adviento, miran hacia el final de los tiempos. La primera lectura del profeta Isaías nos anima a vislumbrar el “monte escatológico”, la Jerusalén celestial que se inaugurará al final de la historia, un lugar de paz y de fiesta, donde se establecerá definitivamente el reino de Dios. Pero el Evangelio nos advierte de que no nos excedamos en la celebración por adelantado. Es un texto aterrador que nos recuerda el diluvio universal de los días de Noé, que arrastró a todos menos al patriarca y a su familia más cercana.

Entonces, ¿por qué quiere la Iglesia despertarnos al comienzo del Adviento? La cuestión es que no podemos reducir la Navidad a una celebración “de sacarina”, en la que el foco principal se centra en comer y beber (a menudo también durante el Adviento). La Navidad tiene que ver con la salvación, pero esta es para aquellos que desean recibirla. Noé estaba preparado para la salvación de Dios. La mayor parte de la gente de su tiempo no lo estaba. Era la vida ordinaria: comer, beber, casarse, el trabajo de los hombres en el campo, la molienda del maíz por las mujeres; pero algunos estaban abiertos a Dios a través de sus actividades diarias y otros no. Algunos se salvaron, otros fueron arrastrados.

El Adviento, por tanto, apunta a la apertura a la salvación de Dios. Esto requiere un esfuerzo adicional para hacer nuestras tareas ordinarias con un mayor sentido de su presencia y de las muchas maneras en que viene a nosotros cada día: en una persona necesitada, en una oportunidad de compartir su Cruz, en una invitación a crecer en la gracia. “Por tanto, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre”. No se trata sólo de la comida y los regalos de Navidad. Pensemos más bien en el final de los tiempos y en la alegría celeste que nos espera si somos fieles. Pero para ello debemos resistir el pecado y la corrupción que llevaron a la destrucción del pueblo en la época de Noé y que llevarán a la destrucción de todos los que en nuestro tiempo viven con el corazón cerrado a Dios.

Jesús utiliza luego el ejemplo de un ladrón que intenta entrar en nuestra casa: para abrir a Dios debemos rechazar al diablo, que de muchas maneras intenta atravesar las paredes de nuestro corazón. San Pablo, en la segunda lectura, es más explícito: “Ya es hora de que despertéis del sueño… Abandonemos las obras de las tinieblas”. E insiste: “No en comilonas y borracheras, no en desenfrenos, no en contiendas y envidias”.

Así que Feliz Navidad, pero no una Navidad corrupta. Feliz Navidad, pero una Navidad cristiana, preparada -cada día- para la llegada inesperada de Cristo.