Tres amigos, al salir del trabajo, quedaron en un parque de la vecindad para charlar un rato. Sentados en un banco comentaban las últimas noticias y algunos chistes. El más joven se llama Javier. Los otros lo notaron un poco tenso pues estaba esperando la llegada del autobús para ir al hospital a ver a una amiga suya.

De repente su rostro cambió, pues al levantarse del banco vio que el pequeño paquete que había dejado sobre el banco había desaparecido. Estaba seguro de que lo tenía cuando salió del trabajo, pero allí no estaba. Javier comenzó a buscarlo entre unos arbustos que había detrás del banco. Viendo su preocupación, sus amigos lo ayudaron en la búsqueda. Era un paquete en el que llevaba un transistor. Y, para aclarar su preocupación por la pérdida, añadió:

—Me gusta ir al Hospital Provincial de vez en cuanto y visitar especialmente a los enfermos más ancianos que allí se encuentran. El otro día conocí a la señora Elena, una mujer de cerca de 80 años que no tiene familia y siempre está muy sola y triste. Estuve hablando un buen rato con ella, pues necesitaba el consuelo de algún amigo con quien hablar y desahogarse. Hoy, al dejar el trabajo, me dije: “le voy a regalar un pequeño transistor para que no se sienta tan sola”.

Después de buscar durante un buen rato sin éxito, se fueron a sus casas, no sin antes decirles Javier a sus amigos:

—Si encontráis el paquete por casualidad, poned en él mi tarjeta y el nombre de la señora Elena y llevadlo a la recepción del hospital para que se lo entreguen.

Javier no pudo ir aquella tarde al hospital: en realidad no se atrevió a ir sin llevar el transistor. Esperaría al sábado, cuando recibiera su paga semanal, para comprar otro y llevárselo.

Dos días después Javier recibió una carta de la señora Elena. En ella le agradecía su amabilidad por haberle enviado un transistor. Javier respiró aliviado, pero cuál no sería su sorpresa al leer el siguiente párrafo:

—¿Por qué me envió Ud. dos transistores? Usted ha sido tan generoso que no solo se acordó de mí, sino que quiso también alegrar a mi compañera de cuarto. Ella también se lo agradece.

Según parece, los amigos no encontraron la radio en el parque, pero la idea les pareció tan buena que cada uno por separado le envió a la señora Elena una radio para que no se sintiera sola. El buen ejemplo siempre encuentra imitadores.

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Como decía Santo Tomás de Aquino: “El bien es difusivo de suyo”. El buen corazón de nuestro amigo Javier contagió a sus otros dos amigos para que le compraran un transistor a la Señora Elena. Estoy seguro de que si hubiésemos sido alguno de nosotros habríamos hecho lo mismo, ¿o acaso no habría pasado por nuestra mente esta solución? Los amigos hicieron en realidad dos obras buenas: una, sacar de un apuro a su amigo Javier, y otra, calmar la ansiedad de la viejita.

Los buenos amigos comparten los problemas y se ayudan el uno al otro para encontrarles solución. ¡Qué diferente sería nuestro mundo si pensáramos un poco más en los demás y un poco menos en nosotros mismos!