Cada uno de nosotros está atado a Dios con un hilo. Cuando cometemos una falta rompemos ese hilo. Cuando nos arrepentimos, Dios hace un nudo con el hilo. Por ello, el hilo queda más corto que antes, pero nosotros estamos un poco más cerca de Dios. Así con fallos y arrepentimientos, de nudo en nudo, nos vamos acercando a Dios.