La noche en que nació Nuestro Señor Jesús, una gran multitud de ángeles se apareció a los pastores, “que alababa a Dios diciendo: ‘Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”, o, en otra traducción, “en quienes se complace”. La palabra que se traduce como “favor” o “complacido” es “eudokias”. A Dios le agradó ocultar estas cosas a los sabios e inteligentes y revelarlas a los simples niños (Mt 11, 26; Lc 10, 21), igual que los buenos padres se complacen en la alegría de sus hijos al recibir los regalos de Navidad. La misma idea aparece en el Bautismo y la Transfiguración de Cristo: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”. Dios se complace en su Hijo, y en los hijos en general, o en los que se convierten en niños. Da la paz a aquellos en los que se complace, porque se han convertido en niños. Se complace en los que han aprendido a ser pequeños, a confiar en él y no dependen de sí mismos. A ellos les da la paz. Debemos aprender del nacimiento de Nuestro Señor, el niño pacífico en el pesebre, para estar más en paz. “Sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre; como un niño saciado así está mi alma dentro de mi” (Sal 131, 2). Pedimos la paz de los niños pequeños.

“Siendo niños” -enseñó san Josemaría- “no tendréis penas: los niños olvidan enseguida los disgustos para volver a sus juegos ordinarios. -Por eso, con el abandono, no habréis de preocuparos, ya que descansaréis en el Padre” (Camino, 864).

Cristo es el “príncipe de la paz”. Así es como Isaías describió al Mesías (Is 9, 6). Leemos ese texto en la misa de medianoche. Los ángeles, como se ve, celebraron su nacimiento como el de quien trae la paz. Zacarías terminó su himno Benedictus anunciando que el Señor, cuando venga, es decir, Jesús, lo hará “para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1, 79).

Y, sin embargo, a los pocos días del nacimiento de Cristo, el diablo lo atacó, atacó la paz que traía mediante los intentos que Herodes hizo para matarlo. Herodes lo hizo porque no tenía paz en su alma, porque su corazón estaba atenazado por el miedo.

Pero Jesús en el pesebre enseña lecciones de paz. No atrae por la fuerza, sino por el amor. Jesús en el pesebre es una “cátedra”, como decía san Josemaría. Tenemos muchas lecciones que aprender de él. Aprendemos a ganar por atracción y no por imposición. Aprendemos la humildad de ser débiles, como lo fue Nuestro Señor cuando era un niño y necesitaba ser salvado por otros, por María y José. Desde el principio hasta el final fue el Salvador que no pudo salvarse a sí mismo. “A otros ha salvado, y él no se puede salvar”, se burlaban los sacerdotes y los escribas.

“Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9). Podemos mirar a menudo al Niño Jesús en estos días para descubrir y profundizar en la paz, para llegar a ser en él hijos de Dios.