Comentario a la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios
Comenzamos el nuevo año bajo la protección de la Virgen, gracias a esta hermosa fiesta de Santa María, Madre de Dios. Y las lecturas litúrgicas tratan de expresar esta realidad de diferentes maneras. El Evangelio nos remonta a la Navidad mencionando a los pastores que “encontraron” a la Sagrada Familia en Belén. La prisa de los pastores -literalmente, “fueron corriendo”- contrasta con la paz del niño “acostado en el pesebre”. Asimismo, su excitada necesidad de hablar – “contaban” lo que el ángel les ha dicho – y la “admiración” de los que lo oyen contrastan con la tranquila contemplación de María, que “conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. Los pastores siguen su camino “dando gloria y alabanza a Dios”.
A través de este texto, la Iglesia nos invita a comenzar un nuevo año civil con el espíritu contemplativo de María y la paz del Niño Jesús. Él yace tranquilamente, mientras los demás bullen y parlotean a su alrededor, y María, mientras oye y ve lo que sucede, lo mira con adoración amorosa. Como su homónima posterior, “María ha elegido la parte mejor” (Lc 10, 42).
Así, la Iglesia no se centra tanto en la maternidad física de María como en su actitud espiritual. Al igual que Jesús, insiste en que María es grande no tanto por su maternidad biológica como por “escuchar la palabra de Dios y cumplirla” (cfr. Lc 11,28). Como enseñaron varios Padres de la Iglesia, antes de que María concibiera a Cristo en su seno, lo concibió en su corazón. Por eso se nos anima a comenzar el año con una actitud contemplativa. Más que salir disparados como velocistas olímpicos, en un arranque de actividad, empecemos con calma y en espíritu de oración. Y una buena manera de hacerlo es considerar nuestras bendiciones, que es precisamente lo que nos invitan a hacer las dos primeras lecturas y el salmo.
La primera lectura, del libro de los Números, habla de Aarón y de los sacerdotes judíos, que bendicen al pueblo. También el salmo implora las bendiciones de Dios. Y la segunda lectura, de la carta de san Pablo a los Gálatas, nos ayuda a considerar la mayor bendición de todas: que, por medio de la Encarnación de Cristo, se nos ofrece la posibilidad de convertirnos en hijos de Dios. Tomando prestada otra atrevida afirmación patrística, podemos decir con san Atanasio: “Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios”. Y ambas cosas por medio de María. Somos hechos libres: por la Maternidad divina de María, que es también nuestra Madre, podemos exclamar: “¡Abba, papá, Padre!”.
La actividad es necesaria, con todos los deberes familiares, sociales, profesionales y religiosos que conlleva nuestra vida: así, el evangelio muestra a María y a José llevando a Jesús a circuncidar al octavo día. Pero hoy la Iglesia nos anima a empezar el año no con actividad, sino con contemplación orante. No podemos recibir mejor consejo que este.