El relato que hace Mateo sobre el bautismo de Jesús, la gran fiesta que celebramos hoy, sitúa los acontecimientos en el río Jordán, en un contexto muy judío. El evangelio de Mateo fue escrito especialmente para los judíos, tanto los convertidos del judaísmo como los aún no convertidos, para convencerlos de que Jesús era el Mesías que anhelaban. Y esto se muestra en la forma en que describe el bautismo de Cristo realizado por Juan.

El texto que leemos hoy está precedido en el evangelio actual por una narración del ministerio del Bautista, en la que arremete contra los líderes religiosos de Israel, los fariseos y los saduceos, llamándolos “raza de víboras”. En la versión de Lucas, Juan dice esto “a los que venían a ser bautizados”, en general. Al restringir esta reprimenda a la élite religiosa de Israel, Mateo aborda el bautismo de Cristo desde el punto de vista de la renovación de Israel (mientras que Lucas tiene una visión más universal).

Jesús dejará claro más tarde, en el Sermón de la Montaña (no de modo sorprendente, en la versión de Mateo), que ha venido “a dar plenitud” (en griego: plerosai) a la ley (Mt 5, 17). Y en el relato de Mateo, cuando Juan se resiste a bautizarlo, Nuestro Señor insiste utilizando exactamente la misma palabra: “Conviene que así cumplamos (plerosai) toda justicia” (Mt 3, 15).

“Justicia” (dikaiosuné) es una palabra clave a lo largo de toda la Biblia. Será muy utilizada por san Pablo. En el mejor de los casos puede referirse a hombres santos, “justos”, como san José (Mt 1, 19). Pero también se puede malinterpretar si pensamos que podemos ser agradables a Dios por nuestras propias obras y ofrendas rituales (Lc 18, 11-12). Fundamentalmente se refiere a la fidelidad a la ley de Dios. Jesús es “el justo” por excelencia (Hch 22, 14). La justicia estaba frecuentemente vinculada a la eliminación del pecado: se ofrecían sacrificios a Dios para reparar los pecados, para estar en un estado justo ante él. Eso buscaban los sacrificios del Antiguo Testamento, sin éxito, en opinión de Pablo. Jesús insiste en ser bautizado por Juan para dejar claro que, a pesar de que estaba libre de pecado, está entrando en el pecado humano, como entra en el agua, para ser cubierto o “empapado” en él. Va a tomar nuestros pecados sobre sí mismo. Como profetiza Isaías en sus visiones del “varón de dolores”, previendo al Mesías sufriente, Jesús, “mi siervo justificará a muchos” (Is 53, 11). Él es verdaderamente justo, libre de pecado, en un estado de justicia ante Dios (Él es Dios), y puede hacernos justos y libres de pecado.

Entender el relato del bautismo de Mateo en su contexto judío nos da una gran esperanza. Jesús comienza su ministerio público con este notable episodio, en el que se revela la Trinidad y Jesús es declarado Hijo de Dios. Pero el enfoque preciso es el cumplimiento de las esperanzas del Antiguo Testamento. Lo que los numerosos sacrificios de Israel no pudieron conseguir lo conseguirá Jesús: la reconciliación de la humanidad con el Padre celestial.