Cuentos con moraleja: “El milagro de O Cebreiro”
En realidad, este relato no es un cuento sino un hecho real, que, según cuentan los historiadores, ocurrió en la aldea de O Cebreiro entre el siglo XIII y el XIV.
Los romanos abrieron una vía de acceso a Galicia a través del puerto de Pedrafita do Cebreiro, que tiene 1.109 metros de altitud. Desde allí, se divisan varios montes y valles que forman una bella policromía con sus colores verdes, azules y rosáceos. En el invierno la nieve cubre de blanco muchos días los montes, las casas y el pequeño monasterio.
El camino hecho por los romanos fue después paso obligado para ir de toda España a Santiago de Compostela. Por él caminaron gentes de diversas razas y peregrinos de la fe, siguiendo el camino trazado por el cielo: la Vía Láctea o Camino de Santiago. Por allí pasaron reyes y príncipes, santos y pecadores, guerreros y gentes de paz. Pasaron y siguen pasando, pues siempre hay razones para ir a Compostela, ganar el Jubileo y postrarse ante el cuerpo del apóstol.
Un día del siglo XIV, otros dicen que en el XIII, en que la nieve borraba los caminos, un campesino de Barxamaior llamado Juan Santín sintió deseo de oír misa y, sin reparar en el tiempo que hacía y el difícil camino, se dirigió al monasterio de O Cebreiro, sin importarle la nieve ni el frío. Llegó al templo, cansado y empapado, sin apenas aliento. Uno de los monjes, al verle llegar, menospreció el sacrificio del campesino: se mofó del esfuerzo realizado y le dijo que una Misa no merecía tanto sacrificio. La falta de fe del monje se estrelló ante la firmeza de la fe del campesino. Nada replicó al monje que se había burlado. Se calló, pero en el fondo de su corazón sintió una nueva alegría.
Comenzó la Misa, que decía el monje mencionado. En el momento de la consagración el monje percibe asombrado cómo la Hostia se convierte en carne sensible a la vista y el vino que contiene el Cáliz en sangre, en sangre que hierve, rebosa el Cáliz y tiñe los corporales. El monje no sabe qué decir y como un nuevo Santo Tomás dice arrepentido: “Señor mío y Dios mío”. Los cuatro o cinco testigos que están en el templo han contemplado el prodigio. El campesino de Barxamaior comprendió el precio que tuvo su sacrificio y el monje lamentaba su falta de fe.
El milagro se difundió por toda Galicia, por España y toda Europa. Los peregrinos que iban a Compostela desviaban su camino para ir a O Cebreiro y saber dónde se había producido el milagro. Los Reyes Católicos en su peregrinación a Santiago en el 1486 se hospedaron en el monasterio. Querían conocer qué había sucedido. Los monjes les mostraron los corporales con la sangre que había quedado en el cáliz y la Hostia en la patena. Como recuerdo de la visita donaron el relicario donde se ha guardado el milagro hasta nuestros días. El cáliz de O Cebreiro es el mismo que figura en el escudo de Galicia. Se le llama “el Santo Grial gallego”. En la capilla del milagro del monasterio, dos mausoleos recuerdan al monje y al campesino.
En el siglo XXI, O Cebreiro sigue siendo una pequeña aldea que tiene, sin embargo, un gran tesoro: la Iglesia del Milagro Eucarístico, de construcción prerrománica, del siglo IX, con tres sencillas naves de ábsides rectangulares y una torre. Preside en el presbiterio la imagen de un Cristo Gótico.
Los monjes benedictinos levantaron y custodiaron este templo desde el año 836 a 1853, año en que se vieron obligados a abandonar O Cebreiro como consecuencia de la desamortización de Mendizábal. La iglesia se quedó en ruinas hasta su restauración en 1962. Los peregrinos del Camino de Santiago suelen parar en O Cebreiro para acudir a la iglesia benedictina y contemplar la urna blindada con el cáliz, la patena y el relicario.
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Cada Misa es la actualización incruenta del sacrificio de Cristo en la cruz. Normalmente sólo nuestra fe es capaz de captar lo que está ocurriendo allí en el momento de la Consagración, pero en ciertas ocasiones, como ésta, el Señor se hace patente para fortalecer nuestra fe y probar que Él está realmente presente en la Eucaristía.