Comentario al III Domingo del Tiempo Ordinario
“En otro tiempo humilló el Señor la tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí, pero luego ha llenado de gloria el camino del mar, el otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles”, leemos en la primera lectura de hoy, del profeta Isaías.
Pero ¿cómo humilló Dios a Galilea y cómo la glorificó después? La humilló permitiendo que fuera arrasada por los brutales invasores asirios en el siglo VIII a.C. Y le dio gloria temporal bajo el piadoso rey de Judá, Ezequías, que la reconquistó, de modo que por algún tiempo recuperó su esplendor.
Sin embargo, esta breve gloria sólo fue un presagio de la gloria mucho mayor que llegaría a Galilea cuando Dios mismo, “la luz del mundo”, se encarnara y viviera más tarde en la ciudad galilea de Nazaret.
Aunque velado mientras caminaba por la tierra, Jesucristo, “la luz verdadera, que alumbra a todo hombre”, vino al mundo en Galilea (Jn 1, 9), de modo que Juan pudo escribir más tarde: “Hemos contemplado su gloria, gloria como del Unigénito del Padre” (Jn 1, 14).
Por eso, en el evangelio de hoy, Mateo aplica a Jesús apropiadamente las palabras de Isaías: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande, habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló”.
Cristo comienza entonces su “misión de luz” llamando al arrepentimiento, enseñando y proclamando el reino y curando enfermedades. Apartarse del pecado -la forma más profunda de oscuridad- y volver a la verdad traen luz al mundo, al igual que el tierno cuidado de los que experimentan sufrimiento.
Pero, para esta misión Cristo buscó la cooperación de los hombres, particularmente a través de su Iglesia, y así le vemos llamar a sus primeros discípulos. Les dice: “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres”.
En otras palabras, seréis mis instrumentos para sacar a las personas de la oscuridad del mar -que simboliza el caos y la muerte- a la luz del día y a tierra firme, que simbolizan la vida y la seguridad en Dios.
Vemos a algunos apóstoles echando las redes al mar, y a otros remendándolas. La labor de evangelización, de traer luz al mundo, debe ser un esfuerzo constantemente renovado, con frecuentes revisiones, evaluaciones y, cuando sea necesario, rectificación, para corregir lo que ha ido mal.
Hoy es también el Domingo de la Palabra de Dios. La palabra de Dios en la Escritura es luz para el mundo y luz para nuestras almas y debemos intentar llevarla a los demás de manera nueva y creativa.
Como dice san Pablo a los Corintios, es mucho más grande que la mera “sabiduría” humana, por muy elocuente que sea, porque contiene en sí misma el poder de la cruz de Cristo (1 Co 1, 17).
Cuanto más nos lancemos a las profundidades de la Palabra de Dios, más inspirados nos sentiremos para lanzarnos a la labor de evangelización.