Comentario al III Domingo de Cuaresma
No cabe duda de que la sed es el tema dominante en las lecturas de hoy. Mientras que en la primera lectura la sed aleja al propio pueblo de Dios, en el evangelio la sed acerca a Dios a una mujer pecadora y a su pueblo renegado.
La primera lectura describe el episodio ocurrido en un lugar llamado Masá, cuando el pueblo de Israel atravesaba el desierto tras su huida de Egipto. Leemos simplemente: “Pero el pueblo, sediento, murmuró contra Moisés”. Están a punto de apedrearlo, así que invoca al Señor. Dios le dice entonces que golpee la roca “y saldrá agua para que beba el pueblo”. Moisés lo hace y brota agua. Pero el escritor sagrado comenta: “Y llamó a aquel lugar Masá y Meribá, a causa de la querella de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo: «¿Está el Señor entre nosotros o no?”.
En el Evangelio, la sed de una samaritana pecadora la lleva a encontrarse con Jesús. Los samaritanos se habían separado de Israel y eran considerados étnica y religiosamente impuros por los israelitas. La mujer, aprenderemos, tenía una vida personal profundamente desordenada. Se había casado cinco veces y ahora vivía con un hombre que no era su marido. Fue al pozo en busca de agua, pero se encontró con que Dios hecho hombre la estaba esperando. Sentado junto al pozo, Nuestro Señor entabla conversación con ella.
Sin duda la confrontará con el desorden de su vida, pero antes le hablará del “don de Dios”, no sólo del agua corriente, sino de un “surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”. Habla tanto del bautismo como de la gracia del Espíritu Santo en nuestras almas. San Pablo, en la segunda lectura, utiliza una imagen “líquida” similar para describir la acción del Espíritu: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado”. La mujer, que al parecer había sido rechazada por sus paisanos (tuvo que ir sola a por agua en las horas más calurosas del día), va ahora a anunciarles a Jesús: “Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías?”.
El mensaje es claro: no debemos tener sed sólo de satisfacciones terrenas (nuestras penitencias cuaresmales deberían ayudarnos a refrenar este deseo), sino de la gracia de Dios. No debemos fiarnos de nuestro “estatus”, sino confiar más en el poder de Dios para salvarnos y convertirnos, por muy desordenada que haya sido nuestra vida hasta ahora: el pueblo de Israel se rebela contra Dios; una mujer pecadora se convierte en apóstol de Cristo. Nuestros corazones duros como rocas necesitan ser regados por la gracia del Espíritu. La amargada samaritana fue sorprendida por Cristo y su vida encontró un nuevo sentido. Dios también tiene sorpresas para nosotros en este tiempo santo.