Comentario al XII Domingo del Tiempo Ordinario
Un tema claro que recorre las lecturas de esta semana es el miedo. Pero debemos distinguir entre el miedo bueno y el malo. Hay un temor santo: de hecho, precisamente uno de los dones del Espíritu Santo es el temor del Señor. Se trata de una santa reverencia hacia Dios (no hay que confundir la confianza en Dios como Padre amoroso con la falta de respeto hacia Él). Este temor puede ser también un temor sensible al infierno, como el peligro último que con razón queremos evitar. Y, por último, puede ser una expresión de afecto: el tierno temor de ofender a quien amamos.
Pero también puede haber miedo malo. Esto sucede cuando perdemos nuestra confianza en Dios, como Adán y Eva se escondieron del Señor después de haber comido del árbol prohibido. El miedo puede ser el resultado de una comprensión equivocada de Dios, viéndole erróneamente como un juez estricto o un tirano y no apreciando que es un padre amoroso y misericordioso. Por último, puede haber miedo cuando uno sabe que se está comportando mal y tiene miedo de que lo descubran, como un delincuente que huye de la policía.
El diablo provoca constantemente estos últimos tipos de miedo, llevándonos a temer a Dios y a perder nuestra confianza en Él. Esto lleva al pánico, que a su vez conduce a malas acciones y decisiones. Lo vemos en las lecturas de hoy, cuando los adversarios de Jeremías le acusan falsamente de promover el terror entre los judíos de su tiempo, cuando Jerusalén estaba siendo asediada por los babilonios: “Oía la acusación de la gente: ‘Pavor-en-torno, delatadlo, vamos a delatarlo!’”. Se trataba de una distorsión exagerada del mensaje de Jeremías, cuando en realidad su llamamiento a rendirse a los babilonios era lo correcto y habría evitado mucho derramamiento de sangre y la destrucción de la ciudad, lo que en realidad ocurrió porque desoyeron las palabras de Jeremías.
El salmista, sin embargo, anima a confiar en el Señor. Es capaz de sufrir burlas, vergüenza y rechazo porque confía en Dios. Lo que causaría miedo a otros sólo le lleva a renovar su abandono en Dios. Y en el Evangelio Jesús nos enseña el santo temor y lo que san Josemaría llamaba la “santa desvergüenza”. Jesús nos dice que no temamos a los que le atacan a él y a sus discípulos. Al contrario, perdamos todo miedo y seamos valientes en nuestro testimonio: “A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos”. Sin embargo, es justo temer y mantenerse bien lejos de Satanás, como uno se mantendría sensatamente alejado de una bestia viciosa: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna”. Por último, lo que más confianza debería darnos es saber cuánto nos ama y nos valora Dios: “No tengáis miedo: valéis más vosotros que muchos gorriones”.