En la primera lectura de hoy, el rey Salomón es bendecido por haber pedido el mejor don posible: la sabiduría. Por haber pedido el don más elevado, y no cosas menores como riquezas y la victoria sobre sus enemigos, se le conceden también estos dones menores.

El aspecto específico de la sabiduría que Salomón pide es “un corazón atento para juzgar a tu pueblo”, el don de discernir. La sabiduría consiste en saber hacer distinciones, distinguir lo que importa de lo que no.

Los ancianos suelen mostrar sabiduría porque la larga experiencia de la vida les ha ayudado a darse cuenta de lo que es importante y lo que no. Y es esta sabiduría la que está en juego en el Evangelio.

Jesús comienza con dos ejemplos de personas que disciernen lo que es más valioso y, una vez hecho esto, están dispuestas a hacer sacrificios para conseguirlo: el hombre que descubre un tesoro escondido en un campo y está dispuesto a vender todo lo que posee para comprar el campo, y el mercader que encuentra una perla de gran valor y vende todo lo que posee para comprarla.

La sabiduría discierne lo que importa en la vida y está dispuesta a hacer todos los sacrificios necesarios para obtenerlo. La sabiduría nos llevará a hacer todos los sacrificios necesarios para ser fieles a nuestra vocación, que para cada uno de nosotros es el tesoro escondido y la perla preciosa.

Parte de esta sabiduría consiste en saber qué conservar y qué desechar. Por eso, en la siguiente parábola, Jesús pone el ejemplo de unos pescadores que repasan su pesca, recogen los peces buenos en un cesto y tiran los que no sirven para nada. ¿Qué es de calidad? ¿Qué es basura? ¿Qué hay que conservar? ¿Qué hay que desechar? ¿Qué tiene un valor perenne? ¿Qué sólo es beneficioso temporalmente? Son decisiones que todos tenemos que tomar y parte de la sabiduría consiste en no dar un valor absoluto a lo que sólo tiene un valor relativo. Habrá cosas en una relación que deban desecharse para que se fortalezca, o incluso para que sobreviva. Habrá hábitos y posesiones que debamos desechar para mantenernos fieles a nuestro camino.

Pero la sabiduría tiene un aspecto más, una relación sana con el pasado, y por eso Jesús da el ejemplo final de un escriba que sabe sacar de su “tesoro” del pasado “lo nuevo y lo antiguo”. La sabiduría valora la tradición y las ideas de los que nos han precedido y no intenta tontamente reinventar la rueda a cada paso. Pero de nuevo, y esta es una lección importante para la Iglesia, hay cosas del pasado que es necesario conservar y hay otras cosas que ya no son necesarias. La tradición no es adorar el pasado por el pasado. Es saber lo que en el pasado expresa verdaderamente la voluntad de Dios y lo que no era más que la expresión de los hombres, por legítima que ésta fuera en su tiempo.