¡Cuánto insiste el Santo Padre en el cuidado y acogida de los migrantes y refugiados! Una y otra vez el Papa Francisco ha instado al mundo, y a la Iglesia, a abrirse más a nuestros hermanos sufrientes que vienen a nuestras costas huyendo de la pobreza y la persecución, sea cual sea su origen étnico o religioso. Un verdadero corazón católico no hace distinciones. Ser católico, para Francisco, significa tanto “salir hacia todos”, especialmente los excluidos -aquellos en las “periferias existenciales”, como él dice- como “acoger a todos”, amando primero y solo después pensando en problemas prácticos, e incluso entonces solo para solucionarlos.

Pero esta insistencia no es una invención del Papa. Es la enseñanza de la Biblia y, muy concretamente, de nuestro Señor Jesús. Y esto queda muy claro en las lecturas de hoy. En una época en que la santidad, para el pueblo de Israel, se consideraba a menudo como algo exclusivo, manteniendo la distancia con las naciones paganas, que se veían como idólatras y fuentes de tentación, Dios insiste a través del profeta Isaías en integrarlas en la vida y el culto de Israel.

A los extranjeros que se han unido al Señor para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que observan el sábado sin profanarlo y mantienen mi alianza, los traeré a mi monte santo, los llenaré de júbilo en mi casa de oración; sus holocaustos y sacrificios serán aceptables sobre mi altar; porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos”.

En la segunda lectura, san Pablo habla de haber sido “enviado a los paganos”, un hecho del que está orgulloso. De hecho, explica, su ministerio con ellos es en parte para incitar a los israelitas a la conversión. Nuestro propio acercamiento a los no católicos y a otros grupos étnicos también puede llevarnos a nosotros a la conversión.

Y todo el evangelio trata de que Jesús tiende la mano a una persona -una mujer pagana- más allá de los límites considerados “aceptables” por los israelitas de aquel tiempo. Jesús utiliza una imagen gráfica para enseñar que su misión principal estaba dirigida ciertamente hacia el propio Israel: “No está bien”, dice, “tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos”. Ciertamente, muchos israelitas habrían visto a los paganos como simples perros. Pero Jesús utiliza la imagen en un sentido más profundo: Israel es el pueblo elegido de Dios, su primogénito, su hijo, y por tanto tiene derecho preferente a su enseñanza. Pero la respuesta de la mujer sorprende a Jesús y le lleva a alabarla por su gran fe: “Pero ella repuso: ‘Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos’”. Como vemos también en otras ocasiones (véase Mt 8, 10), los paganos pueden, si tienen la oportunidad, mostrar más fe que el propio pueblo de Dios.

Y lo mismo ocurre en nuestros días: si tienen la oportunidad, los extranjeros, inmigrantes, refugiados, migrantes pueden también superarnos en la fe. Así que no les veamos como un problema, sino como una oportunidad evangelizadora.