Comentario al XXIII Domingo del Tiempo Ordinario
El capítulo 18 del Evangelio de Mateo se conoce como “el Discurso sobre la Iglesia” o “el discurso eclesiástico”, porque en él Jesús esboza cómo debe ser la vida de la comunidad cristiana. Comienza animándonos a tener la humildad de los niños y luego nos exhorta a rechazar radicalmente el pecado.
La humildad y el rechazo del pecado son condiciones básicas para que una comunidad cristiana funcione. Pero esto va acompañado de una profunda misericordia para buscar y reconducir a los descarriados.
En el Evangelio de hoy, el Señor nos indica tres medios fundamentales para mantener sana a la Iglesia: la corrección fraterna, el crecimiento en la fe bajo la dirección de los obispos y la unidad en la oración.
La corrección honesta y directa, en caso de que nuestro hermano o hermana nos ofenda a nosotros o a los demás de alguna manera, es la mejor manera de evitar la úlcera del resentimiento, las habladurías o las divisiones.
En lugar de dejar que nuestra ira se consuma y nos corroa por dentro, o -peor aún- hablar mal de la persona que nos ha ofendido a sus espaldas, Nuestro Señor nos aconseja: “Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas”. Pero comprendiendo nuestra debilidad, Jesús establece una serie de procedimientos en caso de que la corrección inicial no sea aceptada.
En primer lugar, llevar con nosotros algunos testigos que confirmen lo que hemos dicho o, si eso falla, denunciar el asunto a la Iglesia. El modo exacto de vivirlo hoy puede variar en cada comunidad, pero alguna forma de corrección fraterna debe seguir practicándose.
A continuación, llegamos al crecimiento en la fe bajo la guía de los obispos. Jesús había dicho antes a San Pedro: “Todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”, pero ahora extiende el poder de hacerlo a toda la comunidad cristiana. Pedro, el Papa, tiene autoridad para tomar decisiones vinculantes por sí solo, pero los fieles cristianos, junto con él y los obispos, pueden llegar a un juicio común sobre algún asunto.
Llamamos a esto el sensus fidei, el sentido de la fe del pueblo cristiano. Lo vemos, por ejemplo, en la piedad popular, como la adhesión de la gente a la devoción a María o a la adoración eucarística.
Otro ejemplo es el creciente reconocimiento de nuestra llamada a ser administradores de la creación de Dios para su gloria y el bien de los demás. El Santo Padre nos invita a todos a ejercitar este sensus fidei en el proceso sinodal que ha iniciado.
Por último, la unidad en la oración. “Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
Corregirnos lealmente los unos a los otros, compartir y desarrollar nuestra fe con los demás, y rezar juntos. De este modo, todos contribuimos a edificar la Iglesia.