Perdón: con esta palabra hemos resumido las lecturas de hoy y hemos dicho todo lo que hacía falta decir.

La misma misión del Hijo de Dios en la tierra fue una obra de perdón, por lo que si queremos ser como Él y compartir su misión también debemos perdonar.

Perdonar es ya un acto de evangelización, mientras que la negativa a perdonar es un acto de blasfemia, incluso de herejía, porque niega a Dios.

Es profundamente significativo que cuando Jesús nos enseña el Padrenuestro como oración perfecta, modelo de la oración cristiana, el único versículo en el que insiste es el que nos llama a perdonar.

Habiéndonos enseñado a rezar: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, vuelve sobre esta idea inmediatamente después de la oración y dice: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas”.

Pensamos en el perdón como una acción principalmente cristiana, y lo es, pero no es una acción exclusivamente cristiana.

El patriarca José da un maravilloso ejemplo de perdón en el Antiguo Testamento, perdonando, cuando podía haberlos matado, a sus mismos hermanos que antes lo habían vendido como esclavo.

Y la primera lectura de hoy, del libro del Eclesiástico, nos dice: “El vengativo sufrirá la venganza del Señor, que llevará cuenta exacta de sus pecados. Perdona la ofensa a tu prójimo y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados”.

En el Evangelio de hoy, Jesús expone gráficamente esta misma idea mediante la maravillosa parábola del siervo al que se le perdona una cantidad enorme -millones, miles de millones, en cualquier moneda moderna-, pero que luego se niega a perdonar a otro siervo que solo le debía unos pocos miles.

Cuando se lo cuenta al amo, que representa a Dios, este le dice al siervo con severidad: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”.

La lección es clara: para recibir el perdón, debemos practicarlo con los demás.

Puede parecer injusto que Dios imponga esta condición. ¿No debería un Dios misericordioso perdonar incluso nuestra falta de perdón? Pero recordemos que la negativa a perdonar es como una forma de veneno espiritual.

Mientras este resentimiento y amargura estén en nuestros “pulmones” espirituales seremos incapaces de respirar el aire puro del cielo.

El cielo es compartir la vida de Dios y la negativa a perdonar de alguna manera expulsa la vida de nosotros -como alguien que no puede respirar bajo el agua: se le acaba el oxígeno- y nos expulsa de esta vida. Si el amor es el “oxígeno” del cielo, debemos perdonar en la tierra.

El perdón es posiblemente la forma más dura de amor, pero en última instancia conduce a compartir la vida divina.