Comentario al XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario
¿Acaso a la gente no le gustan las fiestas? Entonces, ¿por qué a tantos les resulta tan indiferente el cielo? Porque en toda la Biblia se describe el cielo como una gran fiesta. Esto es evidente tanto en la primera lectura de hoy como en el Evangelio.
El profeta Isaías vislumbra lo que se conoce como “la montaña escatológica”, la montaña celestial/Jerusalén, que se describe más detalladamente en el libro del Apocalipsis del Nuevo Testamento. Y este monte se ha convertido en una enorme sala de banquetes. “Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados”.
Y no solo eso, sino que toda pena e incluso la muerte han sido desterradas eternamente de esta cima. “Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros”. El pueblo se alegrará y exultará por la salvación de Dios, “porque reposará sobre este monte la mano del Señor”. Es una clara profecía del cielo.
El salmo sugiere una idea similar, aunque ligeramente diferente. El banquete ya no está en una montaña, sino en “verdes praderas”, con aguas “tranquilas” que fluyen suavemente. “Me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa”. No es el cielo, pero sí el camino: es el alma en Dios, que no teme a ningún mal ni enemigo, sabiéndose guiada por Dios.
Jesús también describe el reino de los cielos como un banquete, excepto que, en este caso, nadie parece interesado.
“No quisieron ir”. Así que el rey insiste: “Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a los convidados: ‘Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda’”. Y entonces llegan las trágicas palabras: “Pero ellos no hicieron caso”.
Maltratan o matan a los sirvientes que el rey les envía. El rey los mata a su vez (rechazar la gracia de Dios acarrea consecuencias desastrosas, como vimos la semana pasada). Pero como ahora hay plazas disponibles, manda a sus siervos que inviten a la boda a todos los que encuentren. Traen a “malos y buenos” por igual. El Papa Francisco comentó este episodio en la reciente Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa. “En la Iglesia hay sitio para todos”. E insistió: “¡Todos, todos, todos!”.
Pero luego viene el giro. Hay sitio para todos, o casi. El rey entra y encuentra a un hombre sin traje de boda. “’Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?’. El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los servidores: ‘Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes’. Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos’”.
La cuestión es que cualquiera puede entrar si está dispuesto a entrar en el espíritu de la fiesta. Este hombre era un intruso que solo había venido a comer y beber. La fiesta está abierta a todos, siempre que estén dispuestos a abrirse a Dios y a los demás.