Comentario al XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
Ciro el Grande fue el emperador del siglo VI a. C. que permitió a los judíos regresar del exilio en Babilonia y reconstruir el Templo de Jerusalén. Es recordado como un gobernante ilustrado que practicó la tolerancia religiosa como forma de ganarse a los pueblos sobre los que reinaba. Es mencionado en varias ocasiones en la Biblia que, aunque menciona su ignorancia del único Dios verdadero, lo ve como un instrumento de los planes divinos. Así, en la primera lectura de hoy, oímos a Dios decir a Ciro por medio del profeta Isaías: “Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por tu nombre, te di un título de honor, aunque no me conocías”.
La Iglesia relaciona esta lectura con el evangelio de hoy para enseñarnos la naturaleza de la autoridad política y su papel en la obra salvadora de Dios. El evangelio nos relata el episodio en que los fariseos y los herodianos intentaron tender una trampa a Jesús sobre la cuestión de pagar o no los impuestos al César. Si Jesús hubiera dicho “debemos pagar”, esto le habría desacreditado ante el pueblo, que estaba profundamente resentido por tener que pagar los pesados impuestos que imponían los invasores romanos. Pero si Jesús hubiera dicho “no debéis pagar”, esto le habría metido en problemas con los romanos, que no toleraban el incumplimiento a la hora de pagar impuestos. Pero Jesús esquiva la trampa yendo al meollo de la cuestión: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.
En otras palabras, debemos respetar la autoridad relativa del poder secular. En otro lugar, en la carta a los Romanos, San Pablo enseña: “Que todos se sometan a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios y las que hay han sido constituidas por Dios. De modo que quien se opone a la autoridad resiste a la disposición de Dios; y los que le resisten atraen la condena sobre sí” (Rom 13, 1-2). El instinto cristiano es respetar a la autoridad política a menos que se deslegitime completamente a sí misma mediante una tiranía clara o un abuso flagrante de los derechos humanos. Incluso alguien que no conoce a Dios, como Ciro, puede ser un instrumento de Dios. Dios utiliza a esta persona sin que ella misma lo sepa. ¿Significa esto que todo lo que hace un líder político está bendecido por Dios? Es evidente que no. Un gobierno que aprueba o promueve algo malo, como el aborto, va en contra de la voluntad de Dios, pero el gobierno puede seguir siendo en sí mismo, en términos generales, legítimo y, por tanto, debe ser respetado. Un gobierno tendría que ir muy lejos -por ejemplo, promoviendo el genocidio- para perder legitimidad. En principio, los cristianos no somos anarquistas y respetamos la autoridad política, vemos la mano de Dios detrás de ella y -por mucho que no nos guste- pagamos todos los impuestos que se esperan de nosotros sin tratar de eludirlos.