Comentario al XXXI Domingo del Tiempo Ordinario
El Evangelio de hoy es como una bofetada en la cara para mí como sacerdote. Porque en él, Jesús me dice muy claramente lo que debo evitar, pero también veo el triste espectáculo de sacerdotes a lo largo de la historia que no lo han evitado. Y yo mismo me doy cuenta de lo fácilmente que puedo equivocarme si no estoy atento.
¿De qué habla Jesús? Está advirtiendo a la gente contra el comportamiento de los escribas y fariseos. Les dice que deben hacer lo que digan los escribas y los fariseos, pues ellos ocupan “la cátedra de Moisés”, es decir, que eran maestros de la ley que Dios dio a Moisés y esa ley, en lo esencial, era buena. Pero continúa diciendo estas alarmantes palabras: “Haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen”.
Qué terrible. Ser un líder religioso y no practicar lo que se predica. Jesús continúa: “Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame rabbí”.
Que el Señor nos libre de eso: poner pesadas cargas sobre los demás y vivir en la pereza y la comodidad nosotros mismos. Tratar de “parecer” religiosos para ser vistos por los hombres. Llevar ropas llamativas (qué triste es que los sacerdotes se preocupen demasiado por su vestimenta). O querer puestos de honor y el mejor trato.
Qué terrible: entrar en la vida religiosa, el aparente servicio de Dios, para buscar beneficios mundanos. Gracias a Dios, los tiempos en que ser sacerdote o religioso servía para obtener beneficios terrenales han quedado atrás, al menos en muchos lugares. Pero todavía podemos buscar demasiado las pocas prebendas posibles, y todavía hay lugares en el mundo donde el sacerdocio podría ser una salida de la pobreza o hacia una vida mejor. Por tanto, son peligros de los que hay que ser conscientes.
Pero Jesús no solo se dirige a los sacerdotes. Nos habla a todos de servicio radical y de no utilizar la religión para nuestros propios fines terrenales. Con qué facilidad podemos equivocarnos. Todos podemos imponer cargas a los demás y no hacer nada para aliviarlas. “Yo estoy al mando”, decimos a nuestros subordinados, “así que debéis servirme”. O sin decirlo, esa es nuestra actitud. Y olvidamos que la autoridad no es para que los demás nos sirvan, sino para que nosotros les sirvamos a ellos. O intentamos presumir y parecer piadosos y religiosos, lo cual es como una corrupción de la religión.
Y entonces, Jesús llega a su punto clave: “El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. La idea es clara: el liderazgo es servicio.