Comentario al III Domingo de Adviento
Lo que destaca en el evangelio de hoy es la transparencia de Juan el Bautista: la luz de la verdad de Dios fluye a través de él como a través de la más clara de las ventanas. De hecho, el evangelista utiliza precisamente la luz como metáfora para describir el ministerio del Bautista: “Este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz”.
Y la sinceridad, la claridad, de Juan resplandece a lo largo de este pasaje: “Y este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran: ‘¿Tú quién eres?’. Él confesó y no negó; confesó: ‘Yo no soy el Mesías’”. Se ve a sí mismo solo como una “voz” en el desierto: no el contenido, la Palabra (que es Cristo mismo), sino solo un medio que la Palabra utiliza para transmitir su mensaje, como nuestra voz podría decir las palabras, las ideas de otra persona.
Y cuando los sacerdotes y levitas enviados desde Jerusalén le preguntan a Juan por qué bautiza si no es ni el Cristo ni Elías ni el profeta anunciado por Moisés, él responde: “Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia”. Lo que da tanta autoridad al testimonio de Juan es su extraordinaria humildad. Tiene muy claro lo poco que es y lo que no es: él no es el Cristo, no es el contenido del mensaje, sino un mero medio para su transmisión. Incluso se considera indigno de ser esclavo de Cristo: indigno de hacer el trabajo del esclavo de desatar las sandalias de su amo.
En otro pasaje (Jn 3, 28-30), que también muestra la humildad de Juan, describe a Cristo como el “esposo” de las bodas y su propio papel como el de un mero “amigo del esposo” cuya voz “se alegra” mucho de oír. No es de extrañar, pues, que la Iglesia nos ofrezca como primera lectura de hoy un bello texto de Isaías que expresa también la alegría por la espera de la salvación: “Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios”.
Mientras que los mensajeros de las autoridades judías se muestran tan serios y sin alegría (¿“Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?”), Juan se alegra humildemente. Saber lo poco importantes que somos, meros servidores de la verdad, es profundamente liberador.