Cuando los pastores fueron a ver al niño Jesús a Belén fue como un nuevo comienzo para la humanidad. Se convirtieron en los primeros testigos, fuera de la Sagrada Familia, del nacimiento del Dios-hombre. A través de estos pobres y sencillos hombres, el plan salvador de Dios comenzó a ser conocido por la humanidad y más tarde, a través de los Reyes Magos, la noticia de este plan se extendería al mundo pagano.

En este texto se utiliza tres veces el verbo griego laleó, que significa “hablar” o “contar”. Los pastores llegan y repiten lo que les habían “dicho” los ángeles, la gente se asombra de lo que los pastores les “cuentan” y vuelven alabando a Dios “por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho”. Se trata precisamente de una Buena Noticia, y la propia naturaleza de las noticias es que están destinadas a ser contadas, a ser difundidas.

No es de extrañar, por tanto, que comencemos el Año Nuevo con este Evangelio y bajo la protección de María, pues todo año nuevo es un nuevo comienzo. Comenzamos otro año en la historia de la humanidad yendo con los pastores a ver este prodigio, Dios hecho hombre, hecho bebé, para nuestra salvación. Con esta visión, con este conocimiento, habiendo recibido esta noticia, podemos afrontar el año que tenemos por delante. Todo lo que el ángel dijo a los pastores es verdad: el “signo” del plan salvífico de Dios para la humanidad está en un pesebre envuelto en pañales (Lc 2, 12). Dios ha bajado en humildad para salvarnos de nuestro orgullo y de sus efectos desastrosos.

Pero María no cuenta nada. Atesora y reflexiona. Curiosamente, la palabra “atesorar” o “guardar a buen recaudo” también se utiliza en Mc 6, 20, cuando Herodes guardaba a Juan el Bautista, protegiéndolo (al menos hasta ese momento) del deseo de Herodías de matarlo. Y Jesús, en su parábola, utiliza el mismo verbo para enseñar que el vino nuevo se conserva en odres nuevos (Mt 9, 17). Mientras que contar es una forma de “derramar”, también existe la necesidad de preservar, mantener a salvo, la acción de Dios en nuestras vidas.

Contar puede ser una acción santa para proclamar las grandes obras de Dios (María misma lo hace en su Magníficat), entrando en un intercambio que incluye incluso a los ángeles del cielo. Pero si nos limitamos a contar, nos limitaremos a verter palabras y nuestra conversación quedará vacía. Necesitamos también “beber”, como hizo María contemplando al Niño Dios en su regazo. La oración es ciertamente hablar, hablar con Dios, y puede llevarnos a hablar de Dios a los demás. Pero formas aún más elevadas de oración son la meditación y la contemplación, a menudo sin palabras, como María, atesorando, guardando a buen recaudo, la vida divina que llevaba en su seno.