Hay días, que todos hemos tenido en más de una ocasión, en los que parece que todo lo malo se junta, algo así como si Dios nos hubiese abandonado y se hubiese ido a hacer otras cosas.

Hace unos días me encontré este relato, que, aunque parece un mal sueño, a más de uno le habrán ocurrido cosas similares. La historia nos cuenta lo que le aconteció a un estudiante que para poderse pagar los estudios universitarios tenía que trabajar.

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Recuerdo muy bien el día, pues se me quedó grabado para siempre. Era martes por la mañana. Acabé de asearme, fui a la cocina a tomarme el café y como iba con prisa derramé el café sobre el mantel, pero con la mala suerte de que al estar limpiando el mantel me manché la camisa. Después, cogí el coche para ir al trabajo, pero el tráfico era tan denso que llegué tarde, lo que provocó que mi jefe me llamara la atención. Eso hizo que toda la mañana estuviese de mal humor.

A la hora de comer salí precipitadamente y al llegar al estacionamiento comprobé que el coche tenía una rueda pinchada. Me quité la chaqueta y abrí el capó para sacar el gato sin acordarme de que tenía todo el portaequipajes lleno de trastos. Después de unos minutos conseguí sacar el gato y me dispuse a cambiar la rueda, pero las tuercas estaban tan apretadas que me llevó cerca de cuarenta minutos, por lo que me quedé sin comer.

Cuando volvía al trabajo el jefe me tenía preparado un montón de cosas para hacer y como por la mañana había llegado tarde no me quedó otro remedio que poner buena cara. Eso hizo que saliera del trabajo con casi una hora de retraso por lo que llegué tarde a la universidad.

Viéndome el profesor que entraba con retraso a la clase, no se le ocurrió otra cosa que preguntarme lo que había explicado el día anterior, con tan mala suerte de que no la había estudiado, pues el día anterior había estado preparando el examen que teníamos de otra asignatura. El profesor, que se sintió padre y no conocía mi situación económica, me dijo que era un mal hijo y que no estaba aprovechando los sacrificios que estaban haciendo mis padres para poder darme los estudios. Mi rostro se sonrojó, pues, aunque el profesor no tenía del todo la razón, me sentí terriblemente avergonzado delante de mis compañeros.

Las clases acabaron poco después de las diez de la noche. ¡Por fin terminó el día!, pensé para mis adentros. Cansado y triste de tantos “acontecimientos” y creyendo que ya estaba bien por un día, fui al coche para volver a casa, cuando comprobé que uno de los cristales del coche estaba roto y me habían robado el radiocassette. Preferí dejar el coche en un aparcamiento subterráneo que tiene la universidad, pues era peligroso conducir con el coche lleno de cristales y como era de noche no veía bien para limpiarlo.

Salí del aparcamiento y me dispuse a buscar a algún compañero o cualquier otro medio de transporte para volver a casa, pero todos mis amigos ya se habían ido y a esa hora encontrar un taxi era poco menos que un milagro. Así que no me quedó otro remedio que caminar varios bloques. Intentando recortar el camino tomé un atajo, pero la calle estaba totalmente a oscuras, ocasión que aprovecharon unos ladrones para asaltarme y quitarme la cartera, el reloj e incluso hasta los zapatos. Después de acabar conmigo me dejaron ir. Mientras caminaba rápidamente, les oía reir burlonamente a mis espaldas. Ya se pueden imaginar cómo me sentía.

De repente, el demonio se me metió dentro y comencé a pensar: ¡al próximo que vea lo apaleo y desplumo! Caminé dos calles más embargado en mi tristeza y mi coraje. De repente ví a un hombre semidesnudo que se acercaba por la otra acera. ¡Este será el blanco de mis ataques!

Me aproximé para burlarme de él. Intenté reírme de sus pies descalzos, pero los vi sangrantes y con las huellas de haber sido traspasados con clavos. Después me fijé en sus rodillas y las vi golpeadas a causa de múltiples caídas. Sentí coraje de no encontrar un motivo que inspirase mi risa burlona. Me reiría de su enmarañando cabello, pero lo vi mojado con la sangre que manaba de su frente herida. Me mofaría de su delgado y débil cuerpo, pero una herida en su costado me hizo estremecer. Intenté reírme de sus manos que colgaban de sus brazos como si fueran un trapo viejo, pero al verlas más de cerca las vi tan cansadas y heridas que contuve mi reír.

Había decidido que ese hombre sería el blanco de mi ira y no estaba dispuesto a dejarlo marchar sin causarle algún daño. Mi acalorada mente buscaba la forma de desquitar mi rabia. ¡Decidí golpearlo!

Caminé detrás de él y vi su espalda flagelada inmisericordiosamente. Corrí hasta colocarme delante de él, ¡lo golpearía en la cara! Extendí la mano para sujetarle por el hombro y golpearlo fuertemente; entonces, él levantó sus ojos y me miró… Era su mirada tan profunda que sentí que me atravesaba el alma. E inmediatamente, con una cansada y dulce voz, me miró y dijo: ¡Gracias por venir en mi ayuda!

Entonces comprendí que mi mal día no había sido nada en comparación con el de este Hombre. Mi corazón se reconfortó; y desde entonces, cada vez que sufro, me acuerdo de su mirada, y la paz… vuelve a mi corazón.