Comentario al IV Domingo del Tiempo Ordinario
Varios temas recorren las lecturas de la misa de hoy. Uno es el tema de la autoridad, otro es el de escuchar o prestar atención a Dios.
En la primera lectura, Moisés recuerda a los israelitas el momento en que Dios les había hablado en la montaña. Aquella ocasión, con su fuego y sus truenos, debía mostrar la autoridad de Moisés como profeta y la autoridad de la Ley que Dios revelaba a través de él. Pero Moisés anuncia un futuro y mayor profeta en cuyos labios Dios pondría Sus propias palabras. Un profeta con una autoridad y un poder aún mayores. Y este es el Jesús que vemos en el Evangelio: no solo un mensajero de Dios, sino Dios mismo.
En los Evangelios, Dios ya no busca asustarnos. Los antiguos israelitas eran rudos y primitivos y necesitaban un trato duro para infundirles fe. La nueva alianza requiere nuevos métodos. Dios ya no quiere asustarnos, aunque sí aterrorizar a los demonios. Más bien, aterrorizando a los demonios, que tratan de aterrorizarnos, trata de convencernos de su misericordia. El Evangelio nos muestra el poder de Jesús. Es un Dios que no solo controla las fuerzas de la naturaleza, sino que también somete a las fuerzas del mal. Con una breve frase expulsa al demonio y dos veces en el texto de hoy se hace referencia a la autoridad de Jesús: la autoridad de su enseñanza y su autoridad sobre los espíritus inmundos.
Es esta autoridad divina la que las lecturas de hoy nos invitan a tomar en serio. No se trata de un político con promesas vacías o de un orador motivacional con frases vacías, se trata de Dios mismo con autoridad divina. No es de extrañar que Moisés nos diga en la primera lectura: “A él lo escucharéis”.
Esto nos lleva al tema de la escucha. Escuchamos a alguien en función de su autoridad. No escucharemos a nadie que no tenga derecho a hablarnos. Jesucristo tiene una autoridad infinita. Puede ser aterrador si quiere, como lo fue Dios en el Sinaí; puede silenciar a los demonios con una palabra. Pero en lugar de imponer su poder, prefiere ofrecernos su amor con mansedumbre. Sin embargo, la mansedumbre de su acercamiento no debe hacernos pensar que su ley es algo que podemos tomar o dejar. “A él lo escucharéis”. Y el salmo insiste: “Ojalá escuchéis hoy su voz: ‘No endurezcáis el corazón […]’”. La segunda lectura nos llama a prestar toda nuestra atención a “los asuntos del Señor” y la orden de Cristo al demonio de “callar” es también un recordatorio para nosotros. Si queremos escuchar a Dios y obedecerle, tenemos que esforzarnos por escucharle, por prestarle toda nuestra atención y por encontrar momentos de silencio y oración en nuestras vidas, para “estar callados”.