Hoja Dominical Semanal nº 3 / 22 de noviembre de 2020
Parroquia de San Antonio
Cuenta la historia que a finales del siglo XVIII vivía en Alsacia un hombre muy acaudalado y que por circunstancias de la vida encontró a Dios por la predicación de un pobre fraile franciscano que había estado haciendo una misión en su pueblo. Desde entonces, intentaba ayudar a todas las personas que acudían a él con cualquier problema.
Un día, cercana ya la Navidad, puso unos pasquines en la plaza del pueblo anunciando que cualquier persona que pasara necesidad acudiera la víspera de la Navidad a su palacio y recibiría suficiente ayuda para él y su familia.
Llegó el día señalado y multitud de personas, algunas pobres y otras no tanto, acudieron a los jardines del palacio del señor para recoger su “regalo”. El señor los reunió a las puertas del palacio y desde uno de los balcones les anunció:
Los sirvientes de palacio hicieron pasar a las gentes formando filas ordenadas. Fueron entrando en la habitación y sin pensarlo dos veces todos se dirigían a la mesa con el oro. Entre ellos se decían el uno al otro:
Otro decía:
Tres horas después, el palacio ya estaba casi vacío, los “pobres” se habían marchado a sus casas llenos de alegría; una alegría que no les duraría mucho, pues la moneda de oro se acabaría pronto.
Cuando estaban los sirvientes a punto de cerrar las puertas exteriores del palacio, vieron, tendido sobre el suelo, un pobre hombre cubierto de harapos que apenas podía hablar y mucho menos moverse. Había venido andando durante cinco días y cinco noches. Su único alimento había sido lo que la gente le había ido ofreciendo por el camino. Agotado y medio muerto, no tuvo fuerzas para dar un paso más. Uno de los sirvientes se lo comunicó a su señor, quien mandó traer una camilla e hizo pasar al pobre dentro del palacio.
Estando allí le ofreció algún alimento, vino y agua para lavarse. Le regaló ropas usadas, pero en buen estado. Después de haber descansado junto al fuego de la cocina durante unas horas, el señor de la casa volvió para interesarse por él. Encontrándolo ya repuesto, le hizo pasar a la habitación para que tomara su “regalo”. El buen hombre entró nervioso a la habitación, miró ambas mesas y sin dudarlo se acercó a la que contenía las biblias y tomó una de ella.
Nuestro buen hombre, repuesto, alimentado y con ropas resplandecientes, abandonó contento el palacio pensando:
Estaba atravesando las rejas exteriores del palacio cuando, desde lejos, el señor de la casa y los sirvientes lo oyeron cantar alabanzas a Dios mientras daba saltos con gozo. Los sirvientes, un tanto extrañados, llamaron la atención del señor:
A lo que el señor les respondió:
Asombrados los sirvientes de la acción de su señor, pero sin terminar de entender cuál era la lección que Cristo quería enseñar, les dijo:
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Esta prueba la pone Dios con mucha frecuencia a cada uno de nosotros; puede que tú ya la hayas experimentado más de una vez, ¿cuál ha sido tu elección?
El Señor nos repite la misma idea con insistencia en muchas otras ocasiones, pues para Él es una decisión realmente importante que debe tomar cada uno:
“Marta, Marta, estás muy atareada. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada” (Lc 10:41).
O esta otra: “¿De qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? (Mt 16:26).
Recuerda: mientras tenemos aliento de vida podemos convertirnos y elegir a Dios; pero llegará un momento en el que la suerte ya estará echada y entonces el cambio ya no será posible.