Comentario al II Domingo de Cuaresma
Las montañas aparecen con frecuencia en la Biblia como lugares de encuentro con Dios. Moisés y Elías, que entran en el Evangelio de hoy hablando con Jesús, tuvieron encuentros con Dios en una montaña.
Las montañas representan respirar aire puro, alejarse del ajetreo de la vida, tener una visión más amplia y contemplar la belleza de la creación.
La oración es una montaña: escapamos de las prisas del día para respirar a Dios, nos elevamos por encima de los acontecimientos cotidianos para encontrarnos con el Señor, para vislumbrar su gloria y su belleza. Pero también pueden ser lugares de prueba.
La primera lectura nos muestra a Abrahán llevando a su hijo Isaac a la montaña, dispuesto a matarlo como ofrenda al Señor, en obediencia a lo que Dios le había ordenado, aunque al final Dios no exige el sacrificio. Era simplemente una prueba de la fe de Abraham.
En este mismo monte, siglos más tarde, el Padre celestial ofrecerá a su Hijo, Jesús, como sacrificio por nuestra salvación, exigiendo de sí mismo lo que no pidió a Abrahán.
“Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, sube aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos”. Como explicó el Papa Benedicto, no se trata de una luz proyectada sobre Jesús, sino de una luz procedente de él.
“Dios de Dios, luz de luz”: es un destello de la luz que Jesús tiene, que él es. Pero esta luz era tan cautivadora que Pedro quiso prolongar la experiencia. Esto nos da una idea de la alegría y la belleza del cielo, donde viviremos para siempre a la luz del Cordero (Ap 21, 23).
Sin embargo, al bajar del monte “les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos”. Este atisbo de gloria es un anticipo de la Resurrección, pero para llegar a ella Cristo debe pasar por su Pasión, por la montaña del Gólgota.
Al final, si permanecemos fieles, veremos a Jesús, el Cordero de Dios, glorificado en el monte de la Jerusalén celestial (Ap 21, 9-10. 22).
Para llegar a este monte glorioso debemos subir al monte de la oración y también estar dispuestos a afrontar el monte de la prueba, obedientes a Dios incluso cuando no entendemos lo que nos pide.