Comentario al V Domingo de Cuaresma
En el evangelio de hoy, unos paganos piden conocer a Jesús. Dos apóstoles se lo comunican, lo que provoca una curiosa respuesta por su parte. “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre”. Pensamos que “ser glorificado” es ser una celebridad. Pero cuando Jesús habla de ser glorificado, se refiere a ir a la Cruz, que era la forma menos gloriosa, la más horrenda de morir que se conocía en aquella época. Tan degradante era que los ciudadanos romanos no podían ser crucificados. Estaba reservado a los no romanos y a los esclavos. Jesús habla de ser un grano de trigo que cae en tierra, que es enterrado y muere. Habla de perder la vida, de odiarla, para guardarla para la vida eterna.
Vemos a Nuestro Señor turbado en varias ocasiones previendo lo que le iba a suceder. Humanamente no lo deseaba en absoluto. Aquí en Juan le oímos decir: “Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora?”. Pero como en otros pasajes evangélicos, también aquí reaccionó para aceptar la voluntad de su Padre: “Pero si por esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre”. Para dejar bien claro que Jesús sabía hacia dónde se dirigía, el pasaje evangélico termina: “‘Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí’. Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir”.
La segunda lectura nos dice: “Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna”. Estaba dispuesto a sufrir y a convertirse así en fuente de salvación. Cuanto más dispuestos estemos a sufrir, más nos convertiremos en instrumentos de salvación para los demás. Esto explica nuestra penitencia cuaresmal. Pero el simple cumplimiento de nuestro deber puede implicar cierto sufrimiento. Ya sea el sufrimiento de defender nuestra fe y ser ridiculizados, o el de sacrificarnos por los demás. O el sufrimiento y la alegría de tener los hijos que Dios quiere que tengamos. Perdemos para ganar. Nos convertimos en el grano de trigo bajo tierra para producir una rica cosecha.
La fe cristiana consiste en apreciar y descubrir la “gloria” en las cosas duras de la vida. El símbolo de nuestra fe es una Cruz, no un sillón. En lugar de buscar nuestra pobre gloria en la tierra, buscamos compartir la gloria de Dios en el cielo, aceptando e incluso abrazando la Cruz en la tierra para resucitar a la vida eterna.