San Josemaría Escrivá sentía un gran afecto por los burros. Para él, estos animales sencillos y trabajadores expresaban de muchas maneras la espiritualidad que Dios le había llamado a anunciar al mundo: que podemos y debemos encontrar a Dios a través de nuestra vida ordinaria y cotidiana. Le gustaba especialmente la figura del burro en la noria. Como escribió en su clásico espiritual Camino: “¡Bendita perseverancia la del borrico de noria! Siempre al mismo paso. Siempre las mismas vueltas. Un día y otro: todos iguales. Sin eso, no habría madurez en los frutos, ni lozanía en el huerto, ni tendría aromas el jardín. Lleva este pensamiento a tu vida interior” (Camino, 998).

Un burro trabaja, aguanta la carga y los golpes, se contenta con un poco de paja, quizá ve poco con sus anteojeras, pero en su humildad aporta mucho. San Josemaría nos anima a trabajar con el mismo espíritu de fortaleza, servicio y humildad. El santo se consideraba solo un “borrico sarnoso”. Pero, en una ocasión, considerándose solo un asno ante Jesús, llegaron a su corazón estas palabras del Señor: “Un borrico fue mi trono en Jerusalén”.

Tal consideración puede ayudarnos a vivir la fiesta de hoy, Domingo de Ramos, con la que comenzamos la Semana Santa. Las multitudes aclamaron a Cristo aquel día y los discípulos compartieron la aclamación de su Maestro mientras lo acompañaban en su entrada en la ciudad. Pero cinco días después, esas mismas multitudes clamaban por su sangre y los discípulos lo habían abandonado cobardemente. Quizá haríamos mejor en intentar ser como el asno: un humilde instrumento de Cristo, que pasa desapercibido, que apenas se nota, pero que le sirve en su obra de redención.

Cuando trabajamos sin quejarnos; cuando actuamos como “tronos” para que Dios, y no nosotros mismos, brille; cuando soportamos la carga de los demás, estamos siendo el burro de Cristo.

Jesús entra en Jerusalén montado en un burro para cumplir la profecía de Zacarías 9, 9-10. Pero esa misma profecía nos dice que la misión de Nuestro Señor es de paz. “Proclamará la paz a los pueblos”. En la actualidad, las naciones no parecen escuchar. ¿Qué podemos hacer nosotros? Solo podemos seguir “llevando” a Jesús en nuestras vidas a través de nuestra oración y nuestro propio comportamiento pacífico, esforzándonos por ser pacificadores en nuestro entorno (Mt 5, 9). Y así seremos hijos de Dios y también sus burros.