Como hacemos todos los primeros jueves de mes, el día 4 de julio tendremos nuestra oración ante Jesús Sacramentado de 20’30 a 22.

 

Oraciones de San Bernardo

¡Ah! ¿Cómo tan pronto te has hastiado de Cristo?… Ciertamente, aún no has saboreado a Cristo… O es que no tienes el paladar sano, pues Él mismo dice claramente: «Los que de mí comen, tienen siempre hambre de mí; y los que de mí beben, tienen siempre sed de mí». Pero ¿cómo podrá tener hambre y sed de Cristo el que cada día se harta de bellotas, manjar de cerdos? «No es posible beber a la vez el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios» (1Cor 10,21). Cáliz de los demonios es la soberbia, la calumnia y envidia, la crápula y la embriaguez. Si tu vientre y tu mente están repletos del vino de esos cálices, no habrá en ellos lugar alguno para Cristo.

–Hambre y sed de Cristo. Virgen María, bendito es el fruto de tu vientre.

Bendito en su perfume, sabor y hermosura… Uno que había gustado del sabor de este fruto, cantaba:

«gustad y ved qué bueno es el Señor» (Sal 34,9)»

«Una vez que se han gustado las cosas espirituales, fácilmente se menosprecian las carnales. Para el que siente hambre del cielo, mal gusto han de tener las mezquindades de la tierra. Al que le devora la sed de lo eterno, ha de causarle fastidio lo efímero y transitorio» (Cta. 111,3).

«Yo quiero con toda la fuerza de mi alma seguir al humilde Jesús. Ansío con toda la vehemencia de mi corazón amar a quien me amó hasta entregarse a la muerte por mí, y abrazarle muy estrechamente con los brazos de mi caridad; pero eso no basta: es preciso todavía que coma el Cordero pascual, pues si no como su carne ni bebo su sangre, no tendré la vida en mí… Su carne es verdadera comida, y su sangre verdadera bebida. Es el pan de Dios mismo, que ha descendido del cielo y da vida al mundo» (Contra P. Abelardo 9,25).

«El Sacramento del cuerpo del Señor y de su sangre preciosa obra dos efectos en nosotros: disminuye la concupiscencia en las tentaciones leves y evita enteramente el consentimiento en las graves. Si alguno de vosotros ya no siente tantas veces, o no con tanta fuerza, los movimientos de la ira, envidia, lujuria y demás pasiones, dé las gracias al cuerpo y sangre del Señor, porque la virtud del Sacramento obra en él, y alégrese de que la úlcera pésima se va sanando» (Cena Señor 1,3).

 

Oración de San Ambrosio de Milán

Señor mío Jesucristo, me acerco a tu altar lleno de temor por mis pecados, pero también lleno de confianza, porque estoy seguro de tu misericordia. Tengo conciencia de que mis pecados son muchos y de que no he sabido dominar mi corazón y mi lengua. Por eso, Señor de bondad y de poder, con miserias y temores me acerco a ti, fuente de misericordia y de perdón; vengo a refugiarme en ti, que has dado la vida por salvarme, antes de que llegues como juez a pedirme cuentas. Señor, no me da vergüenza descubrirte mis llagas. Me dan miedo mis pecados, cuyo número y magnitud sólo tú conoces, pero confío en tu infinita misericordia. Señor mío Jesucristo, rey eterno, Dios y hombre verdadero, mírame con amor, pues quisiste hacerte hombre para morir por nosotros. Escúchame, pues espero en ti. Ten compasión de mis pecados y miserias, tú que eres fuente inagotable de amor. Te adoro, Señor, porque diste tu vida en la cruz y te ofreciste en ella como redentor por todos los hombres y por mí. Adoro, Señor, la sangre preciosa que brotó de tus heridas y ha purificado al mundo de sus pecados. Mira, Señor, a este pobre pecador, creado y redimido por ti. Me arrepiento de mis pecados y propongo corregir sus consecuencias. Purifícame de todas mis maldades para que pueda celebrar dignamente este santo Sacrificio. Que tu Cuerpo y Sangre me ayuden, Señor, a obtener de ti el perdón de mis pecados y la satisfacción de mis culpas, me libren de mis malos pensamientos, renueven en mí los sentimientos santos, me impulsen a cumplir tu voluntad y me protejan en todo peligro de alma y cuerpo. Amén.

 

Oración a Jesús Crucificado

Miradme, oh mi amado y buen Jesús, postrado en vuestra santísima presencia. Os ruego, con el mayor fervor, que imprimáis en mi corazón vivos sentimientos de fe, esperanza y caridad, dolor de mis pecados y verdadero propósito de jamás ofenderos; mientras que yo, con todo mi amor y compasión, voy considerando vuestras cinco llagas, teniendo presente aquello que dijo de vos, Dios mío, el santo profeta David: «Han taladrado mis manos y mis pies y se pueden contar todos mis huesos» (Sal 21,17).

 

Oración de Santo Tomás de Aquino

“Te doy gracias, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, porque, aunque soy un siervo pecador y sin mérito alguno, has querido alimentarme misericordiosamente con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Que esta sagrada comunión no vaya a ser para mí ocasión de castigo, sino causa de perdón y salvación. Que sea para mí armadura de fe, escudo de buena voluntad; que me libre de todos mis vicios y me ayude a superar mis pasiones desordenadas; que aumente mi caridad y mi paciencia, mi obediencia y mi humildad y mi capacidad para hacer el bien. Que sea defensa inexpugnable contra todos mis enemigos, visibles e invisibles, y guía de todos mis impulsos y deseos. Que me una más íntimamente a ti, el único y verdadero Dios, y me conduzca con seguridad al banquete del cielo, donde tú, con tu Hijo y el Espíritu Santo, eres luz verdadera, satisfacción cumplida, gozo perdurable y felicidad perfecta. Por Cristo, nuestro Señor. Amén”

 

Oración de Santa Catalina de Siena

¡Oh, Deidad Eterna, oh, alta y eterna Deidad! iOh, sumo y eterno Padre, oh, Fuego que siempre ardes! Tú, Padre Eterno, alta y eterna Trinidad, eres fuego inestimable de caridad. iOh, Deidad, Deidad! ¿Qué revelan tu bondad y tu grandeza? El don que has dado al hombre. Y ¿qué don le has dado? Todo tú, Dios, Trinidad Eterna… Tú, suma y eterna Pureza, te has unido con el barro de nuestra humanidad obligado por el fuego de tu caridad. Y con este fuego, tú mismo te has dado para nosotros en manjar. Y ¿qué manjar es éste? Manjar de los ángeles, suma y eterna Pureza, y por esto exiges y quieres tanta pureza en el alma que te recibe en este dulcísimo sacramento, que, si fuese posible que la naturaleza angélica se purificase (no tiene ciertamente esta necesidad), debería purificarse para acercarse a tan gran misterio. ¿Y cómo se purifica el alma? En el fuego de tu caridad y lavando su cara en la sangre de tu Hijo unigénito. ¡Oh miserable alma mía! ¿Cómo te acercas a tan gran misterio sin esta purificación? Avergüénzate, digna de habitar con las bestias y con los demonios, porque tus obras han sido siempre obras de bestias y has seguido la voluntad del demonio… ¿Qué haré, pues?… Me despojaré de mi fétido vestido y con la luz de la santísima fe me miraré en ti y me vestiré de tu eterna voluntad. Con esta luz conoceré que tú, Trinidad Eterna, nos eres mesa, comida y servidor. Tú, Padre Eterno, eres la mesa, que nos da la comida del Cordero de tu unigénito Hijo. Él es para nosotros manjar suavísimo, tanto por su doctrina, que nos nutre de su voluntad, como por el Sacramento que recibimos en la sagrada comunión, el cual nos alimenta y conforta mientras somos peregrinos y caminantes en esta vida. Y el Espíritu Santo es, con toda razón, el servidor, porque nos administra esta doctrina, iluminando con ella los ojos de nuestra inteligencia e inspirándonos que la sigamos. Nos muestra también la caridad del prójimo y el hambre del manjar de las almas y de la salud del mundo entero para honra de ti, Padre. De aquí vemos que las almas iluminadas en ti, Luz verdadera, no dejan pasar un momento sin que coman este suave manjar para honra tuya. ¡Oh, Trinidad Eterna, mi dulce Amor! Tú, que eres Luz, danos luz. Tú, suma Fortaleza, fortalécenos. Que se disipe hoy, Dios Eterno, la nube que nos oscurece, para que perfectamente conozcamos y sigamos tu verdad con un corazón limpio y sencillo. Dios, ven en nuestra ayuda. Señor, apresúrate a socorrernos. Amén.