Al cuidar de la gente, Jesús cuida también de sus estómagos. El amor alimenta. Cualquier madre te lo puede decir. Y Dios, que es padre infinito y madre infinita, se preocupa de que tengamos qué comer. Esto se ve claramente en el episodio de la alimentación de los cinco mil, que es el evangelio de hoy. Un episodio similar de Mateo subraya más la preocupación de Jesús (ver Mt 15, 32). Juan, en su típico énfasis en la divinidad de Cristo, se centra más en su control de la situación. Así, cuando Jesús pregunta a Felipe dónde pueden conseguir pan para que coma la gente, Juan comenta: “Lo decía para probarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer”.

Cuando los discípulos quieren despedir a la multitud (Mt 14, 15), Jesús replica: “No hace falta que vayan, dales vosotros de comer” (Mt 14, 16). En el evangelio de hoy, de Juan, tanto Felipe como Andrés expresan su impotencia ante la necesidad de dar de comer a tantos. Mientras se niega a dejarles esquivar la situación, Jesús toma las riendas. Dios siempre hace esto: exige que desempeñemos nuestro papel, pero el papel realmente eficaz es el suyo, y debemos recordarlo siempre. Si Felipe y Andrés, en respuesta a la pregunta de Cristo, se hubieran levantado de un salto y se hubieran puesto a correr en busca de pan, se habrían agotado inútilmente. La respuesta adecuada a cualquier problema es estar dispuestos a hacer lo que podamos, sabiendo siempre que lo que realmente importa es lo que haga Dios. Nosotros sólo somos instrumentos de su acción, igual que vemos a los apóstoles ayudando a repartir el pan.

Debemos mantener siempre la calma. Un pequeño detalle del evangelio de hoy dice mucho. Jesús dice a los discípulos: “Decid a la gente que se siente en el suelo”. Y Dios ya lo había previsto, pues se nos dice: “Había mucha hierba en aquel sitio”. Dios piensa en todo. Un chiquillo tenía muy poco que dar, sus cinco panes de cebada y dos peces, pero lo dio todo. Los discípulos, al menos, tuvieron la sensatez de hablar con Jesús -de rezar- en medio de su insuficiencia. Con un poco de generosidad y voluntad por parte de algunos, con un poco de oración, Dios hace luego el resto, con mucho. Y Nuestro Señor incluso dice a los discípulos que recojan después las sobras para que no se desperdicie nada. La conciencia de la enormidad del poder divino no debe llevar al despilfarro. Dios puede multiplicar los alimentos, pero no quiere que los desperdiciemos.