Cuentos con moraleja: “A veces nos parecemos a este albañil”
Esta historia nos relata la vida de un albañil que estaba ya a punto de jubilarse. Una mañana le comunicó a su jefe que en unos meses cumpliría los 65 y no deseaba seguir trabajando, sino que tenía el plan de vivir una vida más placentera y tranquila con su familia. Extrañaría el salario, pero dado que sólo una hija seguía con ellos en la casa, con la jubilación y alguna chapucilla que le saliera, tendrían suficiente para vivir.
El jefe estaba triste de ver que un buen empleado se retiraba y le pidió, como favor personal, que construyera una última casa. Ramiro, que así se llamaba nuestro albañil, dijo que sí, pero se vio que su corazón y su esfuerzo ya no estaban en el trabajo. No hizo bien su labor. Seleccionó materiales de baja calidad y la terminación de la casa fue de pena. En realidad, fue la peor y más fea casa que había construido en toda su vida.
Terminada la construcción, el jefe vino a inspeccionar la nueva vivienda. Llamó a Ramiro y le invitó a entrar a la casa diciendo mientras pasaba el umbral:
Esta es tu casa. Es mi regalo para ti.
En ese mismo instante, el semblante de Ramiro cambió por completo. Su rostro dibujó una expresión que se movía entre el enfado y el desencanto. Él pensó:
¡Qué lástima! ¡Qué arrepentimiento! ¡Si hubiera sabido que esta iba a ser mi casa la habría construido mucho mejor!
Ahora tendría que vivir en esa fea casa que él mismo había construido y además para el resto de sus días.
Ensimismado en sus pensamientos, se dijo a sí mismo:
No le habría costado nada a mi jefe decirme que estaba construyendo mi propia casa. Si lo hubiera sabido antes, habría puesto más empeño y cuidado. La habría hecho más bonita, con mejores materiales…
Querido lector, yo me temo que, aunque hubiera sabido que la casa era para él, no habría puesto más cuidado en construirla. ¿No piensas tú así? ¿Crees acaso que habría intentado hacerla mejor? ¿Sí? Sí, yo también pienso como tú.
Lo que sí me extraña es que el mismo Dios nos dice continuamente que mientras vivimos estamos construyendo aquí en la tierra nuestra “casa del cielo” y en cambio no pongamos cuidado alguno en ello. ¿No te parece extraño a ti también? Los hombres somos así. Adoptamos conductas que cuando las analizamos detenidamente no tienen sentido alguno.
Aprendamos, pues, la lección que este cuento nos trae. Cada día de nuestra vida aquí en la tierra tenemos la oportunidad de añadir algo a la edificación de la que gozaremos en el cielo. Para la gran mayoría de personas, la única preocupación que tienen es mejorar sus condiciones de vida aquí en la tierra y no se dan cuenta de que, si no empiezan a edificar su casa futura, cuando llegue el caso de ocuparla, probablemente no tengan nada construido; es más, puede incluso que ni tengan la oportunidad de gozar un Paraíso.
San Pablo, iluminado por el Espíritu Santo nos transmitió estas mismas enseñanzas:
“Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él (Col 3: 1-4).
O estas otras, dichas por nuestro Señor Jesucristo:
“No amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6: 19-21).
Estamos en el verano, tiempo de vacaciones para muchos de nosotros o al menos época en la que tenemos tiempo para pensar un poco más, examinar nuestro rumbo, corregir errores…, profundicemos, pues, en la enseñanza que este cuento nos trae hoy. No perdamos la oportunidad, que es única, de fabricar con Su ayuda un maravilloso Paraíso.