Comentario al XXIV Domingo del Tiempo Ordinario
Algunas sectas protestantes ofrecen el llamado “Evangelio de la prosperidad”. Se trata de un falso mensaje que proclama que, si sigues a esa secta y le haces donaciones económicas (¡!), Dios te bendecirá incluso en términos terrenales. Dicho en pocas palabras, su forma de cristianismo te hará rico. Este mensaje engañoso proviene de una lectura muy selectiva de la Biblia, ignorando las enseñanzas del Nuevo Testamento que advierten de los peligros de la riqueza material y centrándose en cambio en una serie de textos del Antiguo Testamento cuidadosamente elegidos que parecen mostrar la prosperidad mundana como una recompensa por la rectitud y el seguimiento de Dios.
El Evangelio de hoy es todo lo contrario a un «Evangelio de la Prosperidad» y es precisamente Pedro, el primer Papa, quien tuvo que aprender esa lección de una manera muy cruda. Pedro acababa de ser alabado por Jesús por haber acertado en su condición divina y mesiánica. El apóstol había declarado correctamente que Jesús era “el Cristo” (y el relato paralelo de Mateo añade: “el Hijo de Dios vivo”). Pero, quizá sonrojado por su éxito, Pedro se lanza impetuosamente poco después a intentar impedir que Jesús vaya a su Pasión.
Nuestro Señor, viendo a los discípulos a su alrededor (nótese este detalle), tiene que actuar con firmeza para asegurarse de que una visión tan equivocada no gane terreno. “Jesús se volvió y dijo a Pedro: ‘¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios’”. El deseo de evitar el sufrimiento -una religión cómoda y próspera- es una contradicción del cristianismo, que es precisamente una religión de la Cruz. Como el sufrimiento es consecuencia del pecado, Cristo -y el cristiano- debe entrar en el sufrimiento para vencer el pecado.
Pedro, que acertó tanto como primer Papa, se equivoca completamente como hombre individual. Su pensamiento es humano, no divino. Nuestro Señor insiste entonces: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará.”. El cristianismo no trata de ganancias terrenales, trata de pérdidas terrenales. Si alguien intentara que antepusiéramos la comodidad y los beneficios terrenales y diluyéramos así las exigencias del cristianismo, ya fuera otra persona o simplemente nuestra propia blandura, quizá también tendríamos que responderle con la energía de Cristo: “¡Ponte detrás de mí, Satanás!”.