Comentario al XXVI Domingo del Tiempo Ordinario
Jesucristo vino a ofrecernos la verdadera libertad, pero nos resulta difícil saber en qué consiste esta libertad. Esta pregunta es muy pertinente para las lecturas de hoy.
Tanto la primera lectura como el evangelio presentan un episodio de personas que hablan y actúan por medio del Espíritu Santo y de alguien que trata de impedirlo. En la primera lectura, dos hombres empiezan a profetizar y Josué quiere impedírselo. Josué piensa que podrían rivalizar con la autoridad de Moisés.
En el evangelio, el apóstol Juan tiene preocupaciones similares (como Josué era el discípulo amado de Moisés, Juan era el discípulo amado de Jesús). “Juan le dijo: ‘Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros’. Jesús respondió: ‘No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro’”.
No le gustaba la idea de que alguien fuera de su grupo usara el poder de Dios, igual que a Josué no le gustaba la idea de que alguien fuera de los 70 ancianos -que era como el grupo de Moisés- profetizara.
Pero en ambos casos, esta actitud es corregida. Moisés corrige a Josué. “¡Ojalá todo el pueblo del Señor recibiera el espíritu del Señor y profetizara!”. Y Jesús dice a Juan: “No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro’”. Tenemos aquí el contraste entre la flexibilidad, la libertad de espíritu, de Moisés y Jesús y la rigidez de sus seguidores.
Es un buen recordatorio del peligro de la rigidez. Nos enfrentamos constantemente a dos tentaciones: la laxitud o la licencia, por un lado, y la rigidez, por otro. En la Iglesia debemos respetar la libertad y los planteamientos de los demás. Hay muchos caminos hacia Dios, muchas formas de culto y de oración. Esta variedad es buena y debe respetarse. También es bueno ver a personas que viven su testimonio profético -todos estamos llamados a ser profetas- dando testimonio de Dios de muchas maneras. Debemos valorar también la fe de otros cristianos. No se lo impidamos. No están contra nosotros: están a nuestro favor.
Todo el que hace el bien recibirá su recompensa. “El que os dé a beber un vaso de agua porque sois de Cristo, en verdad os digo que no se quedará sin recompensa”. Así que, en lugar de detectar defectos en los demás, veamos su bondad.
Pero lo contrario de la verdadera libertad en el Espíritu es la falsa libertad del vicio. De ahí que la otra cara de la moneda sea estar dispuestos a cortar cualquier mala acción en nuestra propia vida. Y por eso Nuestro Señor habla de la necesidad de “cortar” radicalmente toda forma de pecado.