Comentario al XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
¡Con qué facilidad nos equivocamos en las cosas y cuánto podemos equivocarnos en el mensaje de Dios y en sus planes! Lo vemos en el evangelio de hoy. Nuestro Señor acababa de anunciar su inminente sufrimiento y muerte en Jerusalén, todo lo contrario de la gloria humana y el éxito político. E inmediatamente después, Santiago y Juan piden precisamente esto. Imaginaban que Jesús iba a instaurar un reino político, haciendo grande de nuevo a Israel.
En lugar de enfadarse, Jesús responde pacientemente: “No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber, o bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?” Es decir, el cáliz del sufrimiento y el bautismo de su muerte. Así, Nuestro Señor está diciendo: “¿Estáis dispuestos a participar en mi sufrimiento y en mi muerte, para participar en mi Resurrección?”. Ellos responden: “Podemos”. Pero no tienen ni idea de lo que están hablando.
Su ambición desnuda enfurece a los demás discípulos y entonces Jesús tiene que darles a todos una lección sobre la naturaleza de su reino. En el reino de Dios no se trata de que todos intenten estar en la cima, como en los reinos paganos: “No será así entre vosotros”. En el reino de Dios, siguiendo el ejemplo de Jesús, gobernar es servir. La verdadera grandeza es el servicio, aunque, en ocasiones, ese servicio deba ejercerse ejerciendo la autoridad. Así que vemos la autoridad simplemente como otra forma de servir, aceptando una carga por el bien de los demás.
Como Santiago y Juan, podemos desear la gloria sin esfuerzo ni sacrificio. Pero el cristianismo exige necesariamente sacrificio. Nuestro símbolo es un hombre crucificado. Adoramos a un hombre que murió en agonía, que también es Dios. La primera lectura de hoy, del profeta Isaías, es una profecía precisamente para anunciar el sufrimiento de Jesús.
Nuestro camino no es huir del sufrimiento, sino convertirlo en amor: sufrir por amor, amor a Dios, unidos a Cristo en la Cruz, y amor a los demás, ofreciendo nuestro sufrimiento por su salvación.
Por eso, nunca debemos ver el sufrimiento como una maldición o un castigo. Es una bendición de Dios, una nueva forma de amarle y servirle a Él y a los demás, una nueva forma de gobernar: ser reyes sobre nuestro propio cuerpo transformando el dolor en oración. Es una nueva forma de compartir el cáliz y el bautismo de Cristo.
Buscamos servir, no gobernar, o, si debemos gobernar, sólo para servir. Este es el camino cristiano: buscar el sufrimiento y no el placer, el servicio y no el poder. No es de extrañar que el cristianismo sea tan incomprendido. No es de extrañar que a menudo nosotros mismos lo malinterpretemos.