Comentario al XXXII Domingo del Tiempo Ordinario
Hay dos mentalidades posibles. La de los depredadores, como los escribas que, como dice Nuestro Señor en el evangelio de hoy, se tragan los bienes de las viudas al amparo de la hipocresía. O la de los protectores: y el primer protector es Dios, que ve a la viuda pobre y se ocupa de ella.
En las lecturas de hoy aparecen dos viudas y ambas son heroínas. Esto muestra claramente la diferencia entre la visión de Dios y la de los hombres. Idealizamos a los jóvenes, a los guapos…. A los ojos del mundo, la viuda es un desecho…, ¿quién se interesa por una viuda anciana?
Pero a los ojos de Dios, las viudas son preciosas. Aquellos que son menos valorados en la tierra son más valorados por Él. Es como si dijera: “¿Es que el mundo no te valora? Pues yo te valoraré aún más. Te adoptaré y te haré especialmente mía”.
La viuda de la primera lectura está relacionada con el profeta Elías. Había hambre en toda la región -como castigo por la idolatría del pueblo-, así que esta mujer no tenía comida. Sólo tenía fuerzas y alimentos para preparar una pequeña comida para ella y su hijo mientras se preparaban para morir. Pero Elías desafía su generosidad. Es como si dijera: “Crees que no tienes casi nada; pues bien, dame algo de eso. Da de tu pobreza, de tu indigencia. Confía en Dios y nunca te faltará”. La viuda lo hace y, como premio a su generosidad, la comida no se acaba. Siempre tiene suficiente.
Lo mismo ocurre con la viuda del Nuevo Testamento. No tenía hijos, ni familia en la que confiar. No tenía nada. Pero dio a Dios la nada que tenía y Dios lo vio – Jesús es Dios – y la bendijo.
Las viudas que parecen no tener nada que ofrecer al mundo tienen mucho que dar. A través de su generosidad, su fe y su confianza en Dios. Y Dios lo ve y lo valora mucho. Lo que los hombres no ven ni valoran, Dios sí.
Los ricos y los poderosos miraban con desprecio a aquella viuda cuando daban sus grandes sumas. Cristo miraba con alegría y aprecio lo que ella daba: ellos daban lo que les sobraba, y probablemente con orgullo, para presumir. Ella lo dio todo con humildad. Llama la atención que Jesús convocara a sus discípulos para hacer esta observación. Quería mostrarnos que había visto. “En verdad os digo” (nótese la insistencia), “que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”.