Comentario al III Domingo de Adviento
Hoy la palabra de Dios nos anima a no reprimir nuestras emociones sino a usarlas, a entusiasmarnos con la salvación de Dios. “Alégrate hija de Sion, grita de gozo Israel, regocíjate y disfruta con todo tu ser, hija de Jerusalén”. De hecho, Dios no sólo nos anima a hacerlo, ¡lo está haciendo él mismo!: “se alegra y goza contigo… exulta y se alegra contigo”. La misma idea aparece en el salmo (esta semana, de Isaías), que también nos anima a “gritar y cantar de alegría”, y en la segunda lectura, donde san Pablo nos exhorta a “alegrarnos siempre en el Señor”, e insiste: “os lo repito, alegraos”.
Podemos utilizar nuestras emociones destructivamente, entregándonos a pasiones negativas como la ira o la lujuria, o podemos utilizarlas positivamente para alegrarnos en Dios, como hizo María en su Magnificat. Pero también sabemos que la vida cristiana es mucho más que emociones: es fe real y obras prácticas. Así, en el Evangelio, san Juan Bautista, enviado precisamente para preparar a la gente para la venida de Cristo, enumera una serie de acciones prácticas que sus oyentes deben practicar si quieren estar preparados para el Señor. Los recaudadores de impuestos no deben cobrar más de lo que les corresponde y los soldados no deben extorsionar con amenazas o falsas acusaciones y deben contentarse con su salario (fíjate en el detalle: los evangelios no dicen que los recaudadores de impuestos y los soldados no puedan ser discípulos de Cristo. Simplemente deben vivir honradamente para serlo).
Y, como el cristianismo no es sólo una religión de “sentirse bien”, el Bautista trata de suscitar en sus oyentes un santo temor ante el inminente juicio de Dios. “en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga”. Alegraos en el Señor, pero con verdadera fe y buenas obras. No seáis paja superficial que será quemada. Sed el trigo bueno que será recogido en el granero de Dios, es decir, en el cielo. Jesús se hizo presente bajo la forma de trigo, de pan, con su sacrificio en la Cruz y el don de la Eucaristía. La abnegación y la entrega generosa son los caminos para llegar a ser este buen trigo, además de la voluntad de enterrarse bajo tierra, es decir, de ocupar puestos humildes de servicio, lejos de los focos (Jn 12,24). Así pues, sí a las emociones en nuestra vida cristiana: no negativas, pero tampoco superficialmente positivas. Más bien, emociones profundas que van desde la alegría llena de fe hasta el temor santo y que van acompañadas de buenas obras.