El evangelio de Lucas es, en general, el más optimista de los cuatro evangelios. En él, y quizá aún más en los Hechos de los Apóstoles, Lucas se las arregla indefectiblemente para ver el lado positivo de las cosas. Si Marcos subraya la Pasión de Cristo y Juan, al tiempo que destaca la divinidad de Cristo, también ve con agudeza la oposición que Jesús debe afrontar por parte de las fuerzas de las tinieblas e incluso de su propio pueblo (véase Juan 1, 5-11), Lucas anuncia con alegría la salvación de Cristo (por ejemplo, Lucas 2, 10-11).

La narración de la infancia de Mateo nos presenta la sombría realidad de la masacre de los inocentes, pero en el relato de Lucas todo es alegría, con apenas un atisbo del sufrimiento futuro al que alude el anciano Simeón (Lucas 2, 34-35). Para Lucas, la persecución apenas parece un problema (por ejemplo, Lucas 4, 28-30) e incluso puede convertirse en una oportunidad de crecimiento (Hechos 8, 1-6).

Por eso sorprende que en la versión de Lucas de las Bienaventuranzas, que es el evangelio de hoy, él —a diferencia de Mateo— se refiera a las maldiciones que nos acarreará un estilo de vida mundano. En el relato de las bienaventuranzas de Mateo, Jesús sólo propone toda una serie de bendiciones: Bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos, los misericordiosos, etc… Por supuesto, Jesús habla en ambas versiones, pero la cuestión aquí es lo que el evangelista, inspirado por el Espíritu Santo, elige registrar.

Lucas da la mitad de las bienaventuranzas que Mateo y llena los espacios con maldiciones. Bienaventurados los pobres, los que ahora tienen hambre y lloran, y los perseguidos… En ese sentido, su relato es mucho más social, con una mayor preocupación por los pobres y marginados y por la justicia social (todo ello típico de Lucas). La lista de Mateo es más interior y espiritual (“Bienaventurados los pobres”). Su preocupación es más la renovación interior, la de Lucas es más el cambio social. Las dos versiones se complementan perfectamente.

Y con esta misma preocupación social (como su relato del Magnificat de María: véase Lucas 1,50-54), Lucas esboza las maldiciones que traerá consigo la opresión de los humildes. Los ricos, los hinchados, los que ríen vacíamente y buscan la fama, todos serán maldecidos. En la primera lectura, Jeremías tiene su propia lista, breve y mucho más sencilla, de bendiciones y maldiciones. Somos maldecidos por confiar en nosotros mismos y bendecidos por confiar en Dios. Es como Mateo y Lucas, pero en pocas palabras.

Si el generalmente positivo Lucas puede ser tan duro con los abusos de los demás, debe tratarse de un asunto serio. En el fondo, necesitamos ambas versiones: donde el Jesús de Mateo nos llama a la santidad, en Lucas nos advierte de que no hay santidad sin una preocupación práctica por la justicia social.