“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”.

Hoy la Palabra de Dios nos invita a mirar más allá de lo que vemos. Nos llama a creer en algo que el mundo muchas veces olvida o pone en duda: la vida eterna, la resurrección de los muertos, la esperanza que no muere.

  1. La fidelidad que nace de la esperanza

En la primera lectura, del segundo libro de los Macabeos, se nos presenta una escena de gran valentía: siete hermanos, junto con su madre, prefieren morir antes que traicionar la Ley de Dios.

A primera vista podríamos pensar: ¿qué sentido tiene tanto sufrimiento? Pero sus palabras lo explican todo: “El Rey del universo nos resucitará para una vida eterna.” Ellos no mueren por orgullo, ni por terquedad, sino por fidelidad a su fe y por confianza en la resurrección. Creen que la vida verdadera no termina en el cuerpo, sino que continúa en las manos de Dios. Hermanos, esa misma fe es la que sostiene al cristiano de hoy: cuando es honesto aunque todos mientan, cuando defiende la vida aunque sea incómodo, cuando ama aunque no reciba nada a cambio. Cada acto de fidelidad es una manera de decir: “Yo creo en la vida que Dios promete.”

🙏 2. El justo vive en la esperanza del rostro de Dios

El salmo de hoy pone en boca del creyente esta oración: “Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti… al despertar me saciaré de tu semblante.” Aquí se resume toda la esperanza del creyente: “Al despertar” —es decir, al resucitar—, veré tu rostro, Señor.

El salmista no busca riquezas ni poder, solo la presencia de Dios. Y eso nos enseña algo muy importante: el cielo no es simplemente un “lugar bonito”, sino la comunión con Dios, el encuentro con su amor. Cuando vivimos con fidelidad, cuando amamos, cuando servimos, ya estamos saboreando un pedacito de esa vida eterna.

  1. La perseverancia en el amor y la paciencia

San Pablo, en la segunda carta a los Tesalonicenses, anima a una comunidad que sufre, confundida por falsas ideas sobre el fin del mundo. Les dice: “Que el Señor dirija vuestros corazones hacia el amor de Dios y la paciencia de Cristo.” Es decir: no se cansen de hacer el bien. No vivan con miedo ni impaciencia, sino con serenidad y esperanza.

También nosotros, muchas veces, necesitamos esa palabra: cuando la fe parece pesada, cuando la oración no tiene respuesta, cuando el mundo parece desmoronarse. Entonces recordemos: Dios es fiel y nos sostiene. La paciencia de Cristo —esa paciencia que llevó a Jesús hasta la cruz— debe ser también la nuestra.

🌅 4. Dios de vivos, no de muertos

Y el Evangelio de Lucas nos lleva al corazón del mensaje de este domingo.

Los saduceos, que no creen en la resurrección, quieren poner a prueba a Jesús con una pregunta absurda. Pero Jesús responde con una claridad desarmante: “Los que sean dignos de la vida futura ya no pueden morir, porque son como ángeles, hijos de Dios.”

Jesús no solo afirma que hay resurrección, sino que nuestra vida cambiará radicalmente. No volveremos a las estructuras terrenas: matrimonio, posesiones, poder… En la resurrección seremos plenamente libres, plenamente vivos, plenamente en Dios. Y añade algo precioso: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.” Qué hermosa afirmación: para Dios, nadie está muerto. Los que amamos, aunque hayan partido, viven en Él. Y nosotros, aunque caminemos en la oscuridad de la fe, estamos llamados a la vida que no se acaba.

  1. Vivir hoy con los ojos en la eternidad

Todas las lecturas de este domingo nos llaman a mirar más allá: Los Macabeos nos enseñan a ser fieles en la prueba. El salmo nos enseña a confiar en Dios, nuestro refugio. San Pablo nos enseña a perseverar con amor y paciencia. Jesús nos revela que la muerte no tiene la última palabra.

Creer en la resurrección no significa desentendernos de este mundo, sino vivirlo con más esperanza, más amor y más responsabilidad. Porque todo lo que hacemos con amor tiene valor eterno. Cada gesto de bondad, cada sacrificio silencioso, cada perdón ofrecido… todo eso resucitará con nosotros.

Conclusión

Queridos hermanos, la fe en la resurrección es la fuerza que sostiene la fidelidad, la esperanza y el amor. En medio de las pruebas, digamos con el salmista: “Señor, en ti me refugio.” Y cuando la vida se vuelva difícil, recordemos las palabras de Jesús: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.”

Vivamos, entonces, como hijos de la resurrección, como hombres y mujeres que creen que el amor es más fuerte que la muerte.

 

Oración final:

Señor, aumenta nuestra fe en la vida eterna, fortalece nuestra esperanza en medio de las pruebas, y haznos testigos fieles de tu amor que no muere.

Amén.