Comienza un nuevo Adviento, un tiempo que la Iglesia nos regala cada año para detenernos, respirar hondo y volver a lo esencial. En medio del ritmo acelerado de nuestra sociedad —que corre, consume, produce y apenas deja espacio para el silencio— el Adviento se presenta como una voz suave que nos invita a despertar el corazón. No es un simple preludio de la Navidad; es un camino interior.

El Adviento nos recuerda que Dios viene: viene a nuestra historia, viene a nuestras heridas, viene a nuestra vida concreta de cada día. Pero, para poder reconocerlo, necesitamos aprender a esperarlo. Y esperar, hoy, no es fácil. Vivimos acostumbrados a lo inmediato: un clic, un mensaje, una compra, una respuesta. Sin embargo, el Señor llega en el ritmo lento del amor, y ese ritmo sólo se descubre cuando dejamos espacio para Él.

Por eso este tiempo es, ante todo, una llamada a la conversión personal. No una idea abstracta, sino una decisión diaria: revisar el corazón, reconocer nuestras resistencias, descubrir aquello que nos aleja de Dios y de los demás, y pedir la gracia de cambiar. La conversión no es un esfuerzo solitario; es abrirle la puerta a Cristo para que Él transforme lo que nosotros solos no podemos.

En este camino, la Iglesia nos ofrece un regalo que quizá hemos olvidado o dejado para “más adelante”: el sacramento de la Reconciliación. Confesarse no es recordar culpas, sino experimentar la misericordia. Es permitir que el Señor cure nuestras heridas más profundas, las que tapamos con prisas, excusas o distraídos intentos de autosuficiencia. Es volver a empezar con el corazón ligero y la mirada renovada.

El Adviento es también un tiempo para mirar a nuestro alrededor. En la sociedad actual, donde tantas personas viven en la soledad, en el desánimo o en la confusión, los cristianos estamos llamados a ser signos de esperanza: una palabra amable, un gesto de cercanía, una ayuda concreta, una escucha paciente. Pequeñas luces que anuncian la Luz grande que viene.

Que este Adviento nos encuentre caminando: más atentos, más disponibles, más abiertos a Dios. Que no dejemos pasar la oportunidad de reconciliarnos, de convertirnos, de sembrar esperanza. Porque cuando un corazón se abre al Señor, algo en el mundo también cambia.

Ven, Señor Jesús. Y que nos encuentre despiertos.