Comentario al IV Domingo de Pascua
Nuestro Señor utiliza las imágenes de una oveja, de un pastor y de un rebaño de ovejas, tanto porque eran familiares a sus oyentes en lo que entonces era una sociedad muy rural como porque describen muy bien el nuevo tipo de comunidad que estaba creando.
Podría haber dicho: “Yo soy el león rey y vosotros sois leones en la manada”. Habría dado una idea muy distinta: que estamos llamados a ser salvajes y crueles, dominando nuestro entorno por la fuerza. Pero ese no es el tipo de comunidad que Cristo quiere inaugurar.
Así pues, la elección de Jesús de las ovejas como imagen no es una mera coincidencia. Vivimos en un mundo muy individualista en el que cada vez más las estructuras sociales -la familia, el sentido de nación- se resquebrajan. Por eso, es esencial que reforcemos nuestra convicción de que somos Iglesia, de que pertenecemos a la Iglesia católica y de que formamos una verdadera comunidad, un verdadero rebaño.
No somos solo un puñado de individuos que se presentan en el mismo edificio a la misma hora todos los domingos. Esto es cierto también porque el Evangelio de hoy no es tan suave como podría parecer a primera vista. Jesús habla de sí mismo como el pastor misericordioso, pero lo hace en un contexto de amenaza y crisis. Él es el pastor que defiende contra el lobo que ataca, que da su vida en sacrificio por las ovejas. La oveja que se cree fuerte, que puede ir sola, que se aleja, corre grave peligro de ser devorada por el lobo, a menos que el Buen Pastor llegue antes a ella.
El Evangelio de hoy nos enseña que estamos llamados a ser ovejas, con todo lo positivo que esta imagen implica: comunidad, unidad, dejarnos guiar y proteger por Cristo Buen Pastor y la humildad de reconocer nuestra necesidad de protección, aunque la imagen de las ovejas pueda ofender nuestro orgullo. Estamos llamados a ser ovejas en el sentido de que ser católicos significa dejarnos conducir por la Iglesia, ser guiados, enseñados y alimentados… En este mundo individualista estamos llamados a sentirnos felices de formar parte de un rebaño, de una comunidad de la que nos beneficiamos y a la que contribuimos: la Iglesia y, dentro de ella, nuestra familia, en la que también actuamos como buenos pastores -o pastores ayudantes de Cristo- los unos de los otros. Debemos resistir la tentación de liberarnos de todo vínculo. Tal libertad es ilusoria y autodestructiva. Solo en el rebaño de Cristo encontraremos protección.